domingo, 30 de junio de 2013

Paseos con mi madre



Paseos con mi madre                                                


de Javier Pérez Andújar


  • Nº de páginas: 184 págs.
  • Encuadernación: Tapa blanda
  • Editoral: TUSQUETS EDITORES
  • Lengua: ESPAÑOL
  • ISBN: 9788483833988

















          Como a tantas realidades, o incluso verdades, yo, también, llegué tarde a la lectura de Paseos con mi madre. Paradójicamente, ese tren no se me escapó. No se me pudo escapar porque siento que en algún trayecto, yo era, sino maquinista, al menos el que echaba las paletadas de carbón que alimentaban la máquina. 
         Más que explicar ese párrafo inicial, puedo parafrasearlo diciendo que tengo muchos puntos en común con Javier Pérez Andújar. No sé si por ello me he lanzado a esta reseña (o tal vez porque mi amiga Cati me ensalzó tanto el libro, que yo ya no podía defraudarla). Sobre los puntos en común con el autor, aunque a nadie le interese, ni siquiera supongo que le importará al mismo Pérez Andújar, yo los voy a anotar porque este es mi blog, y en mi blog no sé quién manda. Allá va. Puedo entender su descripción de Sant Adrià por haberla conocido, yo también, en los momentos a los que Javier se remonta. Puedo recordar el río podrido, sobre todo en verano, un río gris que no podría completar el arco iris junto a otros ríos como el Colorado, el Amarillo o el mismo Danubio Azul. Aunque a nadie le interese, tengo el recuerdo de haber lanzado piedras de una orilla a la otra con el sobrecogimiento de que un resbalón podía llevarme hasta el averno sin posibilidades de ser rescatado por un Orfeo de la guarda. Otro punto coincidente, y que todavía interesará menos a nadie, es el que comparto con esos viajes en autobús (BS, TP) hasta la facultad, también de Filología. El traqueteo sobre los adoquines, la fauna, las conversaciones y los olores completaban el cuadro matutino, más esos alientos a barrecha y sol y sombra, ya amaneciendo. 

Vibran los asientos con el motor del autobús y en ese traqueteo van a adelantarse a los sillones para masaje, a las cintas para adelgazar. Todo lo que venden en la televisión lo he tenido antes gratis en los transportes públicos. (pág. 45)

          Añado y me adentro más si digo que en mi barrio también se secuestraban autobuses, concretamente, cuando se exigió que estos llegasen hasta el, entonces, flamante Hospital de Can Ruti, y así se consiguió. Aquí quiero subrayar que en ningún momento fui protagonista de ningún secuestro de autobús; lamentablemente, nunca he sido un hombre de acción. Y donde más me he visto reflejado, porque me ha tocado mi historia emocional, ha sido en esa chaqueta de cuero negro heredada del padre; en mi caso, de padre que cabalgaba, ya afinando, sobre una motocicleta Ossa 160. No diré nada más sobre las coincidencias, pero son fácilmente rastreables. Prefiero aproximarme a la experiencia de la lectura.
          Superando aspectos sobre el género literario en el que se recogen las vivencias (y mucho más) del autor, debido a que tal vez no estaríamos de acuerdo en encerrarlo en el mismo cajón, dejémoslo en un género abierto, el que usted prefiera, y pasemos adelante. Creo que Paseos con mi madre resulta un libro imprescindible por diferentes apreciaciones, entre ellas porque levanta la alfombra de la intrahistoria y descubre verdades como puños, que no suelen aparecer en la documentación oficial; porque Javier no se pierde en contemplaciones costumbristas de postal entrañable, para adornar esas pantallas televisivas, con una banda inferior en la que aparece el nombre del municipio y la temperatura que en esos momentos recogen los termómetros; porque lanza la piedra y muestra las dos manos y las dos mejillas; en suma, son un libro y un autor valientes.
          El texto avanza con una prosa que entra y sale de la poesía: desarraigada, social, irónica; pues para ello no es preciso hacerlo en verso, él lo hace con su voz, nada prestada, y no sé si eso es verso o es prosa; sí sé que se impone con su ritmo y su cadencia, y nos acerca a sus imágenes, en ocasiones vergonzantes:
       
 explicar que aquello de La Llagosta fue un hoyo de cal viva, pero en vez de cal era heoína... (pág. 34)

          Otro de los valores que podemos encontrar en Paseos con mi madre puede ser el de la desmitificación. Me explico, mejor dicho, no me explico, que cada cual se lo explique si le da la gana:

Para ser multicultural basta con ser pobre, porque cada pobre lo es a su manera. (pág. 35)


          Javier Pérez Andújar también se muestra reivindicativo contra actuaciones políticas vinculadas a la crisis y al hacer y al deshacer de sus representantes; como muestra:

Lo primero que ha quitado el Gobierno de Convergència al recobrar el poder ha sido eso: bocas de metro, guarderías, maestros y hospitales públicos, porque las personas que los pusieron o se han muerto o ya no están para defenderse. (pág. 59)
   
         O bien, en esa misma línea, el autor utiliza la pluma para clavarla bien hondo en la comodidad de quienes prefieren perderse, o perdernos, en distracciones vecinales:


 No se puede ser de esta ciudad si no se pertenece al estrato de las familias, desde las más poderosas que han desfalcado el Palau de la Música hasta las más modestas que se sienten robadas por ese desfalco.(pág. 89)

          ¿Era este un libro ensayístico? ¿Era acaso reivindicativo? Sobre todo es caleidoscópico. Entre las diferentes caras de ese prisma que van cerrando su geometría, son muchas las opciones que se le abren al lector, desde esa filosofía, también caleidoscópica: Son las ramblas el río filosófico de Heráclito, porque nunca son las mismas o, dicho con una expresión eterna, nunca son lo que fueron. (pág 44); la vergüenza social:
Cuando Barcelona visita a sus vecinos es para plantarles una incineradora de basuras. (pág. 43), de la que no se redime nadie agachando las orejas en esa falsa compresión del problema, y tras soportar el  tirón  que nadie piense que está perdonado. 
          Otro de los aspectos destacados es el de la ironía. La ironía de Pérez Andújar es de síntesis. En ella se combina, como en todo el libro, lo personal, con lo cotidiano, con lo social y con lo cultural. Algunas de las muestras son auténticas greguerías; veamos algunos ejemplos:

 El humorista es un lírico metido  en la lucha de clases. (pág. 63)


Los científicos son humoristas de la palabra, que escriben frases para que luego las diga Mariano Ozores: Los frústulos de las diatomeas se sedimentan con gravedad (...) (pág. 63)

Es más democrático ir a pie al trabajo que ir en helicóptero al Parlamento. (pág. 70)

Barcelona es una gran pensión donde los dueños no ponen de comer. (pág. 87)

La libertad es un libro que escribieron nuestros padres para que lo leamos nosotros. (pág. 88)


          Cerrando la reseña, me quedo con una cita más que a mí me ha llevado a cuestionarme si eso que nos apunta Javier no sería motivo suficiente para que alguien organizase un concierto en nombre de la libertad; pero me temo que yo, como en tantas otras cosas, lo de la libertad no lo he entendido bien, tal vez, como a otras realidades, también haya llegado tarde, y pudiera ser que la libertad fuese otra cosa:


Hay también en la Mina una incineradora de basuras que arroja nubes de ceniza, una depuradora que acumula la contaminación del río y una central termoeléctrica que chisporrotea. (pág. 134)

























Algunos ciudadanos, al paisaje de las tres torres de la central termoeléctrica, en Sant Adrià del Besòs,   (Barcelona, España) lo llaman Chernobyl.



























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