domingo, 26 de enero de 2014

Carlos Zanón: "Yo fui Johnny Thunders"; o bien, el relato de un abrazo

     
RBA LIBROS, 2014
ISBN 9788490560082      

      
 Ayer, en la emblemática librería barcelonesa, Negra y criminal, estuvo Carlos Zanón. Estuvo Carlos y estuvimos unas ciento cincuenta personas más, porque presentaba su cuarta novela, Yo fui Johnny Thunders. Aunque para ser sincero, yo no pude entrar. Ya desde la plaza del mercado de la Barceloneta se apreciaba cierto tumulto, no porque hubiese llegado alguno de los ejemplares que el famoseo pasea por los platós televisivos o porque hubiese llegado un futbolista, sino porque hablaba un autor y porque firmaba sus libros. No pude entrar y me alegré; aquello que estaba sucediendo contradecía cierto pesimismo que envuelve a la cultura, era algo del oxígeno que casi siempre se le niega. Aun así, aupándome como pude, distinguí la cabeza descollante de José María Sans, Loquillo, quien hizo los honores de acompañar a Carlos en la presentación. Decía que me aupé desde la calle por ver algo, lo que fuese. Con algún disimulado empujón gané algunos metros para nada más comprobar que la boca de Loquillo no cantaba, pero sí, por el silencio con el que se le escuchaba en el interior, se podía constatar que lo que yo no oía aportaba mucho a lo esperado. Sin embargo, para los de fuera, el movimiento de su mandíbula solo podía ser la constatación de un fallo en el playback o que alguien le hubiese quitado la voz al reproductor que mostraba a mi admirado intérprete: silencio, a lo más, murmullos de los que nos quedamos fuera. 

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   Si no pude entrar y si todavía no he tenido tiempo de leer el libro, ¿qué me queda? Me queda inventarme el acto o contar las pequeñas minucias que sucedían fuera, y la segunda opción se parece demasiado a la primera; así, pues, me decantaré hacia aspectos, tal vez, muy personales, pero que son los únicos que me quedan para conmemorar el acontecimiento, ¿o no es un acontecimiento que Carlos Zanón presente un libro y que los asistentes se queden fuera porque ya no quepa un alma en la librería?

   Cuando la cola, que se prolongaba desde la mesa en la que el novelista iba firmando ejemplares, me pareció que se adelgazaba, entré en ella. Al fin me tocó. Saludé a Carlos y le dejé mi libro, que es el suyo, sobre la mesa. Esther nos hizo unas fotos y nos abrazamos. Carlos es un tipo que se deja abrazar. Animo a quien se lo encuentre por la calle que no lo dude, que se le acerque y que lo abrace. Quien así se atreva comprobará que sus abrazos no son de aquellos, como dice mi alumna Tania, que te juntan el hígado con los riñones. Los abrazos de Carlos son mullidos, son como de bizcocho casero. Lo que yo sentí, esa mañana de presentación, cuando nos abrazamos, se remontaba a lo que fue nuestra editorial Nínfula. Me revivió el recuerdo del primer libro de Carlos, El sabor de tu boca borracha; el de Faíco (que se hizo carne entre los que no pudimos entrar) y sus cuentos: Los territorios invadidos; el de Marcos Lamelas y su Solsticio de Cristal; el de Carlos Erruiceta (o si se prefiere, Ruiz) y los relatos de Por qué nunca comeremos perdices, o bien (y no sé por qué ni cómo corre por internet), El sueño de los leones, de quien emborrona este texto. Y a todo ello, el recuerdo y presencia de Mari Luz, el de Esther y el de Nuria. Y algo más arropaba ese abrazo, algo que nos trasformaba en un ser fantástico, o por lo menos a mí me lo pareció cuando comprobé que no componíamos un abrazo al uso, de cuatro brazos y de dos cabezas, sino de seis brazos y de dos cabezas. Llegué a creer que una tercera persona se nos sumaba al achuchón, y como no vi a nadie más, me convencí de que esos dos brazos de más solo podían ser de Johnny Thunders, que aunque en algunas ocasiones se transfigure en Carlos, en otras, se le sorprende en plena metamorfosis. Salud.