martes, 16 de julio de 2013

Rayuela, a los cincuenta años



            Creo que la primera vez que escuché el título de la novela de Julio Cortázar fue en el instituto. Tendría unos dieciséis años. Rayuela fue pronunciada por la voz de un entrañable profesor de literatura, que ocupaba la plaza que con el tiempo el destino abriría sus puertas para mí. El profesor citó la palabra Rayuela y al momento, una compañera de cuyo nombre, como de tantos otros nombres, ya no me acuerdo, dijo: ¡Me encanta! El profesor, que se vio interrumpido, miró a la alumna y le dijo: A mí también, pero con tomate.
            Aparte de la broma o de lo que sea (porque en secundaria, desde el punto de vista de los alumnos, no puede existir una intervención graciosa si es el profesor quien la expresa), hoy me llama la atención que hubiese un alumno o alumna que hubiese ya leído una novela de ese calibre, y además, le hubiese gustado. Me cuesta concebir hoy a un joven de dieciséis años (por lo menos en España) que se hubiese adelantado con su lectura a la mención que el profesor hizo en clase, además con un resultado tan positivo. Dejémoslo en eran otros tiempos.
            La historia de la crítica literaria ha dicho que Rayuela pertenece a ese grupo de novelas experimentales que entraron con fuerza hacia la década de los 60, tras la etapa conocida como Realismo Social. En España, una de las principales muestras de novela experimental fue Tiempo de silencio, pero Rayuela era otra cosa.
           
            ¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y el olivo que flota sobre el río me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua. Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico.

            Con este principio, para qué quieres más. No vamos a contar de qué va la novela (la misma compañera, de cuyo nombre no puedo acordarme, dijo que una novela no se puede contar), el objetivo es soñar con la novela. De tanto en tanto nos preguntamos ¿qué le pedimos a una novela? En mi caso suelo responderme diciendo que una novela nos ha de facilitar todo aquello (y no es poco) que la vida no nos ofrece. Yo añadiría otra pregunta, ¿qué le sugiere ese principio a alguien que no hubiese leído Rayuela? Con ese principio de la obra, posiblemente, ese alguien que no la hubiese leído respondería que se trataría de una plataforma, no, mejor dicho, de una lanzadera para imaginarse a esos dos personajes e inventarse una historia que, fuera la que fuese, siempre acertaría con lo que nos escribe Julio Cortázar; porque los personajes que transitan los espacios de Rayuela tienen la capacidad de encarnar todas las ensoñaciones. Esos personajes son poliédricos como la estructura de la novela, como lo que sucede en la obra y no sucede, aunque sí suceda en cada lector. La compañera tenía razón: no se puede contar una novela.
            Otra experiencia con la que me encontré al leer la obra de Cortázar fue la de revivir París. París, en el texto, deja de ser París; o bien, será mucho más, será el lugar donde eternamente van a vivir los personajes literarios que yo recree en mi ensoñación. No importa si las referencias de cualquier otro lugar no son las de París, como no importa si en Rayuela aparecen referencias constatables en la ciudad de la luz, lo que importa es que Julio Cortázar es capaz de crear una realidad que rezumará para siempre en sus personajes y les acompañará como parte de su anatomía.
            Seguimos con las preguntas, si una novela se pudiese diseccionar para encontrar las causas de todo lo inefable que acompaña a los personajes y a las descripciones y a los diálogos, etc., ¿qué sería lo que nos encontraríamos en Rayuela que nos hubiera seducido? Yo me inclino a pensar que representan los personajes una superación de nuestra poquedad. No son héroes, no están dotados de cualidades hiperbólicas, no son el ejemplo del máximo razonamiento, no son graciosos, posiblemente, ni simpáticos; entonces, ¿por qué nos han seducido? Me atrevo a decir que en ellos se combina un modelo de libertad, de estética, de ensoñación, entre otros elementos, y aunque me respondo, sé que no estoy acertando plenamente, sé que podría seguir añadiendo cualidades y aunque yo tuviese la capacidad de vaciar el diccionario, me seguirían faltando palabras. ¿Será eso la literatura? ¿Será eso el arte?
            Continuando con las preguntas, aunque me encandile el ritmo del habla de don Quijote o las ocurrencias de Sancho, la duda de Hamlet o la perversa candidez de Lolita, yo no hubiese querido ser ninguno de esos personajes; sin embargo, ¿qué tendrá Horacio Oliveira para que yo hubiese querido usurpar su presencia en la novela? ¿En qué consistirá esa complicidad que Oliveira mantiene con la Maga, hasta llegar a encandilar con ensoñaciones a los lectores?
            Hoy podemos decir (en realidad hace ya muchos años) que Rayuela ha pasado de novela experimental a clásica. Después de tanto tiempo desde su publicación, después de tantos años en los que la obra ha ido fermentándose en la imaginación de cada lector, si he de decidirme por una palabra que englobe gran parte de lo que nos cuenta la novela, me la juego y digo: evocación; además, si combino de nuevo las piezas que propone el autor, me encuentro con la misma evocación, y si lo vuelvo a intentar, el puzle vuelve a ser el mismo. Aun así, he decidido volver a leerla, reencontrarme con una más de las posibilidades evocadoras de la novela, y la voy a releer para saber si existe la salida que nos hemos negado a buscar los que quisimos perdernos en el laberinto que significó Rayuela. Vale.