miércoles, 31 de agosto de 2016

Dedos impregnados de Tiza

Desde la creación de este bloc me he dedicado a escribir reseñas sobre libros que me han interesado, e incluso, como se observará, he comentado veinticinco poemas para que mis alumnos pudieran aproximarse, como una forma de facilitarles el trabajo. Por primera vez, incluyo una reseña de la cual yo no soy el autor, la autora es la profesora Àngels Campos, quien ha tenido la gentileza de mostrarme su punto de vista sobre mi novela, Tiza. Gracias, Àngels. Un fuerte abrazo.


TIZA

No sé si es buena idea escribir con esta inmediatez sobre lo que se ha leído, casi sin dar tiempo a que repose. Pero a mí, ahora, me urge, porque me siento conmovida.
Confieso que, igual que el verano pasado me ocurrió con “Simón, no, Saimon” de Jorge Gamero, empecé a leer la novela impulsada más por curiosidad hacia el autor que por interés en el tema. Sinceramente, las historias sobre entornos escolares y relaciones entre alumnos y profesores no me seducen en absoluto  desde hace años, por demasiado cercanas, supongo...  ni como lectura ni en el cine. Sin embargo, he de reconocer que el enfoque concreto de estas y la calidad de los textos lo han conseguido en ambos casos.
No pretendo hacer un análisis de todos los aspectos brillantes que encuentro en TIZA, solo compartir con el autor algunas de mis impresiones. Esta posibilidad ha sido, en este último año, además de un placer, un lujo inaudito para mí.
     Con toda sinceridad: creo que TIZA es una novela excelente. Y digo una, pero en realidad encuentro en ella muchas. Tal es la riqueza de matices  que ofrece. La he saboreado con mayor gusto a medida que avanzaba. Lo que pudiera, a priori, parecer tópico se desmorona con una sencillez implacable a cada página gracias al protagonista que, sin perder el vigor de personaje ficticio, consigue mantenerse en un conmovedor plano profundamente real y humano. Precisamente este difícil equilibrio es, en mi opinión, uno de los mayores logros de la novela. La multiplicidad de caras del profesor que convergen en la construcción de su personalidad, simple solo en apariencia, aporta a la trama una complejidad que sostiene la tensión narrativa. ¡Pocas veces un personaje aparentemente “anodino y aburrido” acaba siendo tan interesante! Sin perder ni un ápice de coherencia, el narrador-protagonista sorprende al lector a cada paso con giros perfectamente trabados en el argumento, que  mantienen la expectación hasta la última línea. El deseo de conocer si realmente Héctor es culpable de asesinato, se amplifica progresivamente con otras incógnitas de distinto calibre, que crecen o se detienen para proseguir después, en un hábil trenzado que impide detener  la lectura. Al final importa tanto descubrir los hechos que llevaron a Héctor a la cárcel y los motivos por los qué demanda las visitas de su antiguo tutor, como adentrarse en los avatares cotidianos e íntimos del profesor, en sus pensamientos y vivencias, que se cargan de contenido con reflexiones en muchas de las cuales he podido reconocerme. Esa posible influencia subliminal, inconsciente, involuntaria tal vez, de los profesores sobre algunos alumnos me produce un vertiginoso escalofrío que también se encuentra en la novela. Más allá de la transmisión de contenidos académicos, de la enseñanza propiamente dicha, la proyección de la imagen como profesor y la transmisión indirecta o directa de valores siempre me ha preocupado. Jamás me he sentido “un modelo”, (la idea me horripila), ni en posesión de más verdad que la de los contenidos de la materia y, a veces, ni aun de esa…
     La relación del protagonista con el entorno desprende una atractiva autenticidad que, a mi modo de ver, esquiva con inusual acierto la ramplonería y la ñoñez.
Me gusta mucho el estilo pausado del discurso en primera persona, que se remansa llevando de fuera a dentro y viceversa las circunstancias que vive el protagonista, en una especie vaivén continuo que conduce al lector desde la anécdota a la intimidad del pensamiento o a la inversa. Y también el tono, con ciertos toques de ironía e incluso de humor,  hiperculto casi siempre, apropiado al profesor de literatura que muchas veces acaba pensando como si “redactara” un texto…  incluso frente a minucias cotidianas, como un trayecto en tren o el descubrimiento de las partículas de goma “pasada” del viejo pantalón de deporte.
He disfrutado mucho la lectura. Francamente: un hallazgo.

Hasta la próxima, que no tardará…

Gracias y Felicidades, Eugenio.

Àngels Campos, profesora de Secundaria.