domingo, 19 de mayo de 2013

El Camino del Tabaco

de Erskine Caldwell. Barcelona 1997. Alba Editorial. ISBN: 84-8871030-27-6. Tradución de Horacio Vázquez Rial.


     Hace algunos días asistí a la presentación de una novela de un autor norteamericano. El hombre no resultó del todo desagradable: algún chistecillo, alguna respuesta con evasivas y el reconocimiento de no conocer nada de la literatura europea. El caso es que a mí, ni el título ni la sinopsis me despertaron la curiosidad de lanzarme a la lectura de la obra presentada, sino todo lo contrario. Mientras el autor invitado exponía las experiencias que le llevaron a la escritura de su libro, uno de los asistentes, aclarando un comentario citó una, tal vez la más representativa, de las novelas de Caldwell: (Tobacco Road) El Camino del Tabaco. En fin, en la tesitura irracional de escoger entre la publicitada y la clásica (qué extraño es el mundo), me decanté hacia la segunda, afirmándome a mí mismo que no había prisa para leer la nueva; en cambio, sí que me sobrevino la urgencia de releer la del señor Caldwell, quien sí se merece algún recordatorio, tanto como la traducción del gran Horacio Vázquez Rial, quien nos abandonó en fechas que siempre serán recientes.


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     El Sur de Caldwell podía muy bien ser simbolizado por la imagen del sheriff que se entera de que un negro va a ser linchado y se va a pescar: no hay por qué disgustar a los lectores con una necesidad intempestiva de hacer respetar la ley.

      Con estas palabras, Marc Saporta, en su estudio Historia de la novela americana (Vela latina, Ediciones Júcar), se refiere al universo en el que se desarrollan las novelas de Erskine Caldwell; gran verdad.
     En cuanto al espacio, la historia de El Camino del Tabaco transcurre en un lugar del Sur de Estados Unidos, próximo a Augusta, en el Estado de Georgia; en cuanto al momento, nos situamos en los años 30, en la gran depresión americana.
     El hambre asesta dentelladas a los campesinos, y aunque algunos abandonan la tierra para engrosar las almas que alimentan la industria, otros se sienten atados a aquella, a pesar de que la tierra ya no tenga compasión con ellos.
    

Sobre los personajes

     Jeeter Lester, quien vive más en su ensoñación que en la realidad, padre de un número indeterminado de hijos, es el protagoniza la agónica supervivencia que nos muestra esta fábula. Los hijos han salido huyendo de la miseria, aunque no siempre se trate de una emancipación al uso. He aquí una mención de Ada, la esposa, sobre Jeeter.

-Bessie –dijo-, tendrás que obligar a Dude a lavarse los pies de vez en cuando, porque, si no, te ensuciará las mantas. A veces no se lava en todo el inverno, y las mantas se ensucian tanto que una no sabe qué hacer para limpiarlas. Dude es descuidado, lo mismo que su padre. Me dio un trabajo enorme enseñarle a acostarse con los calcetines puestos, porque era la única manera de tener limpias las colchas. Nunca se quería lavar, y me parece que Dude sigue el mismo camino de su padre, así que tal vez sea mejor que también le hagas poner calcetines al acostarse. (pág. 90)

     En el proceder de los personajes, afirmamos que la necesidad ha deshumanizado al ser humano; sin olvidar que todos muestran algún problema psíquico. Lo uno y lo otro consiguen abocarlos a participar de un destino poco compasivo. Nada hay en sus actos de lo que pudiéramos entender como convencional: a Pearl, la hija menor y menor de edad, la emparejaron con Lov; a Dude (16 años), otro de los hijos, lo juntan con Bessie, la viuda de un predicador. Esta pone como cebo, delante de Dude, la compra de un coche, que en un par de días Dude consigue convertirlo en pura chatarra.
     El resto de personajes está en consonancia con los apuntados: la abuela, que sobrevive al resto de la familia huyendo de esta y comiendo las sobras de las sobras de los otros, hasta que con el coche que conduce Dude la atropella, frente a la pasividad de los demás, quienes la dejan que agonice sin despertar un ápice de piedad.
     Pero la impiedad tiene diversas ramificaciones, incluso la impiedad de los que despiertan piedad puede alcanzar las más altas cumbres de la enajenación cuando se convierte en una manifestación más de lo cotidiano.

En primavera los agricultores quemaban todos sus campos, porque decían que el fuego abrasaba a los gorgojos. Así explicaban el incendio de los campos y los bosques, cuando alguien les preguntaba por qué no respetaban los pinos jóvenes y los árboles ya hechos. Pero la verdadera razón era que todos ellos habían quemado siempre campos y bosques al llegar la primavera y no veían motivo para abandonar una costumbre de toda la vida. (pág. 133) 


Tema

     Si se pudiera encerrar en una palabra el tema fundamental de la novela, tal vez pudiera ser el de la deshumanización. No hay compasión. El ser humano no vale nada. El ser humano se ha convertido en el detritus de sí mismo, en el que se adapta, goza, chapotea y muere.


Estilo

     A través de un estilo básicamente dialogado, avanza la trama. El diálogo es el principal recurso que el narrador propone para contarnos la historia, aunque en ocasiones ese diálogo pierda fluidez, sobre todo en los parlamentos, excesivamente largos en los que los personajes se repiten. En cuanto a la descripción, aunque austera, eficaz. Sin embargo, son muchos más los aciertos, como el perfecto dibujo de cada personaje a través de su conducta y de sus palabras. Personajes emancipados por su libre albedrío, lo cual, no es poca cosa.


Sobre el autor  

     Es inevitable la comparación con otro sureño, obviamente, con William Faulkner, por el lugar de origen, por la recreación de la realidad, aunque con estilos narrativos bien diferenciados. A pesar de la diferencia geográfica, no es descabellado presentar a Caldwell al lado de otro de los grandes, concretamente, al lado de John Steinbeck. Misma época, la misma miseria, aunque los personajes de Caldwell carezcan de la épica de los de Steinbeck. Algunas de las conexiones posibles entre los dos autores también fueron encontradas por el director de cine John Ford, quien dirigirá Las uvas de la ira (1940) y La ruta del tabaco (1941), como si ambas películas fuesen las caras de un mismo prisma. Salve.

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