Contextualización
Segunda mitad del S. XVI
Presencia de la Biblia
Simbolismo
religioso
Las tres
vías de la mística
«Antes que entremos en la declaración de estas
canciones, conviene saber aquí que el alma las dice estando ya en la
perfección, que es la unión de amor con Dios, habiendo ya pasado por los estrechos
trabajos y aprietos, mediante el ejercicio espiritual del camino estrecho de la
vida eterna que dice nuestro Salvador en el Evangelio (Mt. 7, 74), por el cual
camino ordinariamente pasa para llegar a esta alta y dichosa unión con Dios. El
cual por ser tan estrecho y por ser tan pocos los que entran por él, como
también dice el mismo Señor (Mt. 7, 14), tiene el alma por gran dicha y ventura
haber pasado por él a la dicha perfección de amor, como ella lo canta en esta
primera canción, llamando noche oscura con harta propiedad a este camino
estrecho, como se declarará adelante en los versos de la dicha canción».
San Juan de la Cruz, Declaraciones en
prosa de los poemas mayores.
Noche oscura
Canciones
del alma que se goza de haber
llegado al alto estado de la perfección,
que es la unión con Dios, por el camino
de la negación espiritual.
llegado al alto estado de la perfección,
que es la unión con Dios, por el camino
de la negación espiritual.
1. En una
noche
oscura
5. ¡Oh noche que guiaste!
con ansias,
en amores
inflamada,
¡Oh noche amable más que la alborada:
¡oh dichosa
ventura!
¡oh noche que juntaste
salí sin ser
notada,
Amado
con Amada.
estando ya
mi casa sosegada. Amada
en el Amado transformada!
2. A
oscuras, y segura,
6.
En mi pecho florido,
por la
secreta escala disfrazada,
que
entero para él sólo se guardaba,
¡Oh dichosa
ventura!
allí
quedó dormido,
a oscuras, y
en celada[1],
y
yo le regalaba,
estando ya
mi casa
sosegada.
y el ventalle de cedros aire daba.
3. En la
noche
dichosa
7. El aire de la almena,
en secreto,
que nadie me veía,
cuando
yo sus cabellos esparcía,
ni yo miraba
cosa,
con
su mano serena
sin otra luz
y guía,
en
mi cuello hería,
sino la que
en el corazón ardía.
y
todos mis sentidos suspendía.
4. Aquésta
me
guiaba
8. Quedéme, y olvidéme,
más cierto
que la luz del mediodía,
el
rostro recliné sobre el Amado;
a donde me
esperaba
cesó todo, y dejéme,
quien yo
bien me
sabía,
dejando mi cuidado
en parte
donde nadie parecía.
entre las azucenas olvidado.
Introducción
Se trata de una composición de carácter religioso, de
San Juan de la Cruz. En la segunda mitad del S. XVI, en pleno Renacimiento
español, asistimos a una eclosión del tema religioso, en este caso, de la
mística.
Tema
La experiencia del Alma al unirse con el Esposo, es decir, con Dios.
Estructura externa
Nos encontramos con ocho liras compuestas por San Juan
de la Cruz. Sobre el origen de esta estrofa, en España y en Italia, se pueden
consultar los comentarios anteriores dedicados a Garcilaso de la Vega y a Fray
Luis de León. La estructura que sigue la composición es la regular: 7a, 11B,
7a, 7b, 11B, con rima consonante. Añadamos el predominio de rima pobre en
algunos versos de las estrofas 4, 6 y 7.
Estructura interna
A través de los versos del poema de San Juan, podemos
observar las tres vías propias de la poesía mística: la vía purgativa, la vía
iluminativa y la vía unitiva. La primera vía se corresponde con la primera
parte, que abarcaría las dos primeras liras. La vía iluminativa la
encontraríamos en las estrofas tercera y cuarta. Llegados a la quinta, asistimos
a la entrada en la vía unitiva, es decir, en la manifestación de la unión con Dios, con lo cual las exclamaciones
nos dan el grado de gozo de dicha unión; sección que llegará hasta el final de la composición. La experiencia mística alcanza desde la quinta lira la máxima intensidad, que se prolongará hasta los últimos versos.
Análisis
El poeta nos cuenta la experiencia del Alma cuando
sigue y logra la unión con Dios. Para ello en la primera estrofa trata de
ubicarnos en un contexto alejado de toda visión humana, por lo que el poeta
utiliza el epíteto «noche oscura», o la expresión «salí sin ser notada».
El alma sigue los pasos que cualquier dama seguiría en pos del encuentro con su
amante, como huir de casa por la noche. Desde los primeros versos están
presentes las alusiones al amor humano para poder mostrar las pruebas del amor
divino. Enlazando con lo apuntado, tengamos en cuenta también el epíteto «dichosa
ventura».
Llama la atención el tercer verso, de donde extraíamos el adjetivo anterior:
«¡oh dichosa ventura!», pues interrumpe la breve narración iniciada en
los versos anteriores, y a modo de inciso queda encastado en la lira, pero
ya en el cuarto verso, se retoma la oración de los versos anteriores. Además de
representar un estribillo, pues también lo encontramos en la segunda lira, este
tercer verso anticipa las exclamaciones que observaremos en la quinta estrofa.
Todos ellos aportan un valor retórico que trata de aproximarnos la alta
experiencia a la que el alma se siente llamada. La exclamación, como otros recursos
que manejan conceptos imposibles (paradoja, oxímoron) buscan ofrecer lo que el
lenguaje humano no es capaz.
Trasladados desde el plano simbólico, los términos utilizados en la primera
lira, tales como «noche» y «casa», son metáforas que se corresponden con una situación compleja propensa a los conflictos humanos y las pasiones, es decir, un camino de superación, para la primera palabra, y el significado de cuerpo,
para la segunda.
Ya en la estrofa siguiente nos reencontramos con el sintagma «a oscuras»,
reforzado por su presencia anafórica, tanto en el verso seis como en el ocho,
pues el poeta pretende insistir en esa clandestinidad que protegerá el
encuentro entre los amantes; idea que queda reforzada por otros adjetivos,
«secreta» y «disfrazada».
Los últimos versos de las dos primeras liras actúan, como ocurría con los
versos 3 y 8, a modo de estribillo, lo cual nos conduce hasta la poesía de
raigambre popular, pues nos encontramos con una pieza ecléctica que se mueve entre
lo nuevo de la métrica y lo característico de lo popular.
Destacamos la insistencia, una vez más, en lo referente a noche y a secreto, en
la tercera estrofa. La novedad la encontramos en la metáfora «luz», que actúa
como la antítesis tras la insistencia de «noche». Entrados en la vía
iluminativa, la «luz» del verso 14, como metáfora, alude a la presencia divina.
Esta lira nos muestra el paso siguiente tras la huida secreta. Ahora el alma
sabe con certeza cuál es el camino que debe seguir, de modo que no existe
distracción posible, lo cual se expresa en la hipérbole: «en el corazón ardía».
Hemos hablado del alma entendida como el personaje femenino que huye de casa aprovechando
la nocturnidad; sin embargo, hasta el momento, no ha aparecido mención alguna.
El poeta pretende presentarnos las circunstancias que aprovecharía la amada
para el encuentro con su amado. En cuanto a este, tampoco ha tenido presencia
en los versos anteriores, es más, en la lira cuarta, se insiste en la
imprecisión. Leemos: «quien yo bien me sabía».
De nuevo subrayamos el uso de la hipérbole: «más cierto que la luz del
mediodía». La intención del poeta es la de otorgar a esa luz provocada por la
presencia divina una intensidad superlativa, obviamente, por encima de la del
Sol, como también veremos en la quinta lira.
Parece que los versos toman impulso a partir del verso veintiuno. Tres exclamaciones
retóricas conforman esta estrofa, reforzadas por la anáfora «¡Oh noche» en los
tres primeros versos, así como el quiasmo para los dos últimos. Se trata de una
estrofa en la que se inicia la unión mística. En esta quinta lira
se cita a los amantes, sin embargo, tanto es válido para un encuentro amoroso
propio del amor humano, como del amor divino, si seguimos una lectura
religiosa.
Decíamos que la exclamación nos conduce hacia lo inefable, hacia aquello que no
se concreta en las palabras. Es el gemido o el grito el que aporta el elemento
no presente en la palabra, es la forma de la expresión y no el limitado
significado del término.
Aquí, el personaje femenino que nos
habla nos cuenta que se ofreció a su amante. Y lo hace a través de la hipérbole
del primer verso: «En mi pecho florido», que aporta elementos sensuales propios
de la relación amorosa que, como cualquier joven, reservaba para tal alto
encuentro. No pasemos por alto la alusión bíblica de «cedros», pues fue con
madera de cedros del Líbano con la que se construyó el templo de Jerusalén. Tal
alusión otorga al encuentro un carácter sagrado.
En cuanto al uso del polisíndeton «y», podemos decir que es un intento, por
parte del poeta, de añadir elementos que expliquen los prodigios del encuentro.
En cuanto a la séptima lira, nos encontramos con una hipérbole: «El aire de la
almena (…) en mi cuello hería». Es el aire, metáfora del amante y del Esposo,
quien participa en las caricias amorosas para que ella quede extasiada «y todos
mis sentidos suspendía».
Sobre la octava estrofa, partiendo de la estructura bimembre del primer verso,
asistimos al goce extático de ella, que es quien nos habla. En estos versos
observamos la máxima expresión de paz y de armonía. Los amantes se han
encontrado y han conocido el amor. Destaca la abundante presencia verbal, como
también la derivación: «dejéme/ dejando». Entendemos que ya no existe inquietud
ni nada que perturbe el ánimo. El sentir de ella, estando con él (el alma estando con Dios), conoce la máxima expresión del gozo, hecho que nos conduce hasta una situación que
podríamos considerar como posunitiva.
Conclusión
El poema de San Juan de la Cruz nos proporciona la
doble lectura, si por un lado se habla del Amado y de la Amada y se muestran en
su actitud amorosa, entendemos que tras el amor humano se trasluce el amor
divino. Recoge la composición las tres vías de la mística que conducen a la más
certera expresión de la armonía y del placer, por lo tanto, la estructura del
poema es claramente ascendente. Valga la pena incidir en expresiones de
raigambre bíblica que complementan el sentido de los versos, sin olvidar alguna
reminiscencia de la lírica popular.
[1] Oculta.
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