Creo que la primera vez que escuché
el título de la novela de Julio Cortázar fue en el instituto. Tendría unos
dieciséis años. Rayuela fue pronunciada por la voz de un entrañable profesor de
literatura, que ocupaba la plaza que con el tiempo el destino abriría sus
puertas para mí. El profesor citó la palabra Rayuela y al momento, una
compañera de cuyo nombre, como de tantos otros nombres, ya no me acuerdo, dijo:
¡Me encanta! El profesor, que se vio
interrumpido, miró a la alumna y le dijo: A
mí también, pero con tomate.
Aparte de la broma o de lo que sea
(porque en secundaria, desde el punto de vista de los alumnos, no puede existir
una intervención graciosa si es el profesor quien la expresa), hoy me llama la
atención que hubiese un alumno o alumna que hubiese ya leído una novela de ese
calibre, y además, le hubiese gustado. Me cuesta concebir hoy a un joven de
dieciséis años (por lo menos en España) que se hubiese adelantado con su
lectura a la mención que el profesor hizo en clase, además con un resultado tan
positivo. Dejémoslo en eran otros tiempos.
La historia de la crítica literaria
ha dicho que Rayuela pertenece a ese
grupo de novelas experimentales que entraron con fuerza hacia la década de los
60, tras la etapa conocida como Realismo Social. En España, una de las
principales muestras de novela experimental fue Tiempo de silencio, pero Rayuela era otra cosa.
¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había
bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de
Conti, y apenas la luz de ceniza y el olivo que flota sobre el río me dejaba
distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts,
a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de hierro,
inclinada sobre el agua. Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños
del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin
sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en
nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que
necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de
dentífrico.
Con este
principio, para qué quieres más. No vamos a contar de qué va la novela (la
misma compañera, de cuyo nombre no puedo acordarme, dijo que una novela no se
puede contar), el objetivo es soñar con la novela. De tanto en tanto nos
preguntamos ¿qué le pedimos a una novela? En mi caso suelo responderme diciendo
que una novela nos ha de facilitar todo aquello (y no es poco) que la vida no
nos ofrece. Yo añadiría otra pregunta, ¿qué le sugiere ese principio a alguien
que no hubiese leído Rayuela? Con ese principio de la obra, posiblemente, ese
alguien que no la hubiese leído respondería que se trataría de una plataforma,
no, mejor dicho, de una lanzadera para imaginarse a esos dos personajes e
inventarse una historia que, fuera la que fuese, siempre acertaría con lo que
nos escribe Julio Cortázar; porque los personajes que transitan los espacios de
Rayuela tienen la capacidad de encarnar todas las ensoñaciones. Esos personajes
son poliédricos como la estructura de la novela, como lo que sucede en la obra
y no sucede, aunque sí suceda en cada lector. La compañera tenía razón: no se
puede contar una novela.
Otra experiencia
con la que me encontré al leer la obra de Cortázar fue la de revivir París.
París, en el texto, deja de ser París; o bien, será mucho más, será el lugar
donde eternamente van a vivir los personajes literarios que yo recree en mi
ensoñación. No importa si las referencias de cualquier otro lugar no son las de
París, como no importa si en Rayuela aparecen referencias constatables en la
ciudad de la luz, lo que importa es que Julio Cortázar es capaz de crear una
realidad que rezumará para siempre en sus personajes y les acompañará como
parte de su anatomía.
Seguimos con
las preguntas, si una novela se pudiese diseccionar para encontrar las causas
de todo lo inefable que acompaña a los personajes y a las descripciones y a los
diálogos, etc., ¿qué sería lo que nos encontraríamos en Rayuela que nos hubiera
seducido? Yo me inclino a pensar que representan los personajes una superación de
nuestra poquedad. No son héroes, no están dotados de cualidades hiperbólicas,
no son el ejemplo del máximo razonamiento, no son graciosos, posiblemente, ni
simpáticos; entonces, ¿por qué nos han seducido? Me atrevo a decir que en ellos
se combina un modelo de libertad, de estética, de ensoñación, entre otros
elementos, y aunque me respondo, sé que no estoy acertando plenamente, sé que
podría seguir añadiendo cualidades y aunque yo tuviese la capacidad de vaciar
el diccionario, me seguirían faltando palabras. ¿Será eso la literatura? ¿Será
eso el arte?
Continuando
con las preguntas, aunque me encandile el ritmo del habla de don Quijote o
las ocurrencias de Sancho, la duda de Hamlet o la perversa candidez de Lolita,
yo no hubiese querido ser ninguno de esos personajes; sin embargo, ¿qué tendrá Horacio
Oliveira para que yo hubiese querido usurpar su presencia en la novela? ¿En qué
consistirá esa complicidad que Oliveira mantiene con la Maga, hasta llegar a
encandilar con ensoñaciones a los lectores?
Hoy podemos
decir (en realidad hace ya muchos años) que Rayuela
ha pasado de novela experimental a clásica. Después de tanto tiempo desde su
publicación, después de tantos años en los que la obra ha ido fermentándose en
la imaginación de cada lector, si he de decidirme por una palabra que englobe
gran parte de lo que nos cuenta la novela, me la juego y digo: evocación;
además, si combino de nuevo las piezas que propone el autor, me encuentro con
la misma evocación, y si lo vuelvo a intentar, el puzle vuelve a ser el mismo.
Aun así, he decidido volver a leerla, reencontrarme con una más de las
posibilidades evocadoras de la novela, y la voy a releer para saber si existe la
salida que nos hemos negado a buscar los que quisimos perdernos en el laberinto
que significó Rayuela. Vale.
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