Apreciados,
amigos. Hoy intentaré comentar algunos aspectos de la novela Cosmópolis, de Don DeLillo. Sin embargo,
antes de entrar en valoraciones sobre la citada obra, quisiera apuntar una
sucinta impresión sobre el quehacer literario del autor norteamericano. De cada
novelista podríamos destacar unas cualidades que, si en ocasiones son comunes
en una época o en un estilo próximo, en otras, son propias e intransferibles. Considero
que una de estas particularidades de la prosa de Don DeLillo es,
fundamentalmente, la capacidad seductora, y es por ello que su obra se
convierte en un lugar literario donde podemos dejarnos caer y deslizarnos hacia
esos lugares intangibles de la ficción. DeLillo posee la facultad de contar historias
que se ajustan a nuestro universo, quiero decir, al universo más particular de
cada lector, y eso, amigos míos, no es ni siquiera una aspiración para muchos
narradores, es, sencillamente, algo que jamás podría aparecer ni como objetivo hipotético
en los sueños más ambiciosos. Para constatar lo apuntado, basta con acercarse a
la ingente narración de Submundo,
como ejemplo sabido por quienes le seguimos la pista. Con esta pequeña
introducción no pretendo nada más que mostrar que, para este comentarista, es
DeLillo uno de los santos literarios de su devoción.
La
novela presenta dos voces narrativas. De ellas destaca la del narrador omnisciente,
quien conduce las escenas y la breve acción, nos presenta unos acontecimientos,
socilógicamente, fundamentales e interesantes, aunque no consigue, como decíamos, rozar la necesitada piel del lector. La segunda voz se podría entender como funcional. Se trata de
la primera persona del singular. Por ella sabemos que el protagonista acabará
asesinado por el personaje que nos habla. Este acontecimiento adelanta un hecho
que no ayuda a mantener el interés. No se trata de que al adelantar el final se
distraiga la atención en el relato, pues en obras como El túnel o Crónica de una
muerte anunciada también nos lo adelantan; no obstante, en estas el interés
remonta con naturalidad. Me he atrevido a decir que esta voz narrativa es
funcional porque el autor pretende con ella redirigir (tal vez buscar la salida) los sucesos hacia una conclusión y cierre.
Me
atrevo a decir que DeLillo, conforme escribía, era consciente de la distancia
entre el texto y sus futuros lectores; es más, no me cabe la menor duda de que
un narrador de su talla sabe perfectamente si ha conectado, o no, con el
público. Consciente de ello, en las últimas páginas, diría que intenta salvar
su obra con la mejor expresión de que es capaz como narrador. Se intensifica la
acción y afloran las reflexiones, tanto en el narrador como del protagonista, y
ahí aparece el Don DeLillo más seductor, con párrafos capaces de hechizar; pero ya es
tarde, detrás quedan demasiadas páginas carentes de magia y una pared de hielo
que, a pesar del intento, todavía se levanta insalvable. Vale.
Hola Eugenio, lo cierto es que comparto contigo la opinión que tienes sobre el libro. Me ha dejado bastante frío su lectura y, aunque tengo que remarcar diálogos y reflexiones que son simplemente geniales, no parece que el ritmo o la historia llegue a cuajar del todo, convirtiéndose en una simple sucesión de planos y situaciones sin transfondo alguno. No solo, como bien dices, dehumaniza el mundo y las relaciones, sino que también lo hace con las personas, creando marionetas que se mueven inevitablemente hacia un final que, además, está anticipado. Aún así, no puedo decir que no me haya gustado, pero sí que recomendaría a autores que empiecen con este autor, cualquiera de sus otras obras.
ResponderEliminarUn saludo!!
Gracias, Efraim. Un abrazo.
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