Miré
los muros de la patria mía[1],
si un
tiempo fuertes ya desmoronados
de la
carrera de la edad cansados
por
quien caduca ya su valentía.
Salime
al campo: vi que el sol bebía
los
arroyos del hielo desatados,
y del
monte quejosos los ganados
que con
sombras hurtó su luz al día.
Entré en mi casa: vi que amancillada
de
anciana habitación era despojos,
mi
báculo más corvo y menos fuerte.
y no
hallé cosa en que poner los ojos
que no
fuese recuerdo de la muerte.
Introducción
El Salmo XVII pertenece a Fco de
Quevedo y fue publicado, póstumamente, en El parnaso español (1648). Se trata
de un soneto de temática metafísica. Lejos queda el autor del conceptismo más ingenioso,
aquí nos encontramos con el poeta del desencanto o, sencillamente, el poeta del
pesimismo Barroco.
Tema
El poema se centra en la amplia
idea del paso del tiempo. Está vinculado al tópico latino del Tempus fugit. Los
antecedentes nos podrían conducir hasta las Epístolas
Morales de Séneca.
Estructura externa
Estamos ante un soneto, cuya
estructura formal es la habitual: versos endecasílabos con rima consonante, con
cuartetos con estructura ABBA, ABBA y tercetos, en esta ocasión, CDE, CDE.
Estructura interna
El poema se puede dividir en dos
partes. Los dos cuartetos nos hablan de los efectos del paso del tiempo sobre
el mundo exterior: en la primera estrofa, el deterioro de la ciudad, y en la
segunda, de la naturaleza; en los tercetos: la transición desde lo
exterior a lo interior, es decir, el paso intermedio, la casa, y, en el segundo terceto, la mirada interior del poeta sobre sí mismo.
Análisis
En el primer verso leemos la
expresión «patria mía». El término «patria» es susceptible de diferentes significados. Podría referirse
a España, como tantas veces se ha dicho, incluso al deterioro del cuerpo del
poeta, etc. Según José Manuel Blecua, se refiere a Madrid, justo al momento en
el que son derribados los muros de la ciudad, con lo cual, podríamos aceptar el
valor literal que nos ofrece el poeta. Es habitual encontrar en las
composiciones de Quevedo, que en un mismo verso, los valores temporales entre
el pasado, el presente y el futuro se unifican. En el segundo verso, algo de
ello se puede apreciar en la antítesis, «si un tiempo fuertes ya
desmoronados». Los elementos contrarios de la antítesis, «fuertes» y «desmoronados», nos hablan de lo efímero y de lo relativo del tiempo.
La idea de velocidad y de efímero se refuerza en la palabra «carrera» (v.
3), y después, a través del adjetivo «cansados» y del sustantivo «valentía», se personifica a «muros», con
lo cual, lo material se convierte en sensitivo, que es la forma que tiene el
poeta de aproximarlo a la naturaleza del lector.
El autor continúa con el recurso de la personificación, ahora se señalará al sol: «vi que el sol bebía». Parece que lo no humano, en las palabras del poeta, adquiere vida. Si el sol bebe, los ganados se lamentan, también encontramos que el monte roba: «y del monte quejosos los ganados» / que con sombras hurtó su luz al día». Todo está vivo, todo está palpitando, por consiguiente, todo es susceptible de ir muriendo: el hielo se deshace y el sol muere más allá del monte.
El autor continúa con el recurso de la personificación, ahora se señalará al sol: «vi que el sol bebía». Parece que lo no humano, en las palabras del poeta, adquiere vida. Si el sol bebe, los ganados se lamentan, también encontramos que el monte roba: «y del monte quejosos los ganados» / que con sombras hurtó su luz al día». Todo está vivo, todo está palpitando, por consiguiente, todo es susceptible de ir muriendo: el hielo se deshace y el sol muere más allá del monte.
El segundo cuarteto se
aproximaría a una determinada estética barroca. Aquí el estilo no es el del conceptismo,
sino que parece ir de la mano de cierto culteranismo. Observemos el
circunloquio del verso 6. Por querer decir agua, leemos: «los arroyos del hielo desatados». Y no es menos culterano, con
hipérbaton abrupto incorporado, el estilo de los dos versos siguientes:
«y del monte quejosos
los ganados
que con sombras hurtó
su luz al día»
El autor sigue en el exterior y
observa y asimila el ciclo de la naturaleza, desde su sentir barroco, para
transformarlo en pesimismo. Todo es cambiante hacia la muerte, incluso la luz
del día o el hielo, pues estos, desde los ojos del Barroco, también tienen su
forma de morir. Por consiguiente, la segunda estrofa reafirma lo ya anotado para la
primera.
Decíamos que el recorrido
que realiza el poeta en su experiencia temporal se iniciaba en el exterior y se
recogía en el interior. El primer terceto nos muestra una transición, el punto
intermedio entre él y lo exterior lo encontramos cuando nos habla el poeta de su casa.
En este terceto vuelve a ser imprescindible la personificación, «anciana habitación», pues Quevedo sigue en su intención de
dotar de vida a todo aquello que captan sus ojos, como ya hemos dicho, todo lo que denote vida
será susceptible de morir, a la vez que ampliará el escenario que pretende
mostrarnos a los lectores.
Al hablar sobre sí
mismo, Fco de Quevedo nos enseña que el deterioro exterior también tiene su reflejo en sí mismo. Observamos una consonancia de elementos que apuntan hacia el mismo final,
el definitivo.
Si el primer terceto
era la transición hacia las zonas interiores del poeta, en el segundo debemos
confirmar que ya todo lo citado apunta hacia él. De nuevo la personificación
estará presente. Don Francisco le otorga a la palabra «espada» la posibilidad que encierra el adjetivo, «Vencida»,
de esta manera se refuerza la intención de todo el poema. De tal manera se vale, asimismo, de la sinécdoque cuando utiliza el susodicho término «espada». En algunas ocasiones se ha aludido a la virilidad para
explicar la presencia de la palabra, de cualquier modo, diríamos que no solo se
refiere a la virilidad, sino a un todo dentro del campo semántico opuesto a la
muerte.
El poema aumenta su intensidad.
Lo que aparecía diseminado a lo largo de la composición, ahora se ha
multiplicado y rodea por completo al poeta. Pensamiento que se recoge en los
dos últimos versos:
«y no hallé cosa en que
poner los ojos
que no fuese recuerdo
de la muerte».
La palabra muerte, hasta el
momento, había sido evitada por el autor. En su lugar aparecían otras
expresiones que sin ser muerte total, nos conducían hacia ella; como: «desmoronados», «cansados», «caduca ya su valentía», «despojos» o «mi báculo más corvo y menos fuerte».
La intención no había sido otra que reservarla para que fuese la palabra que
cerrase el poema.
Conclusión
El soneto conocido como Salmo XVII
pertenece al grupo de poemas metafísicos que compuso D. Francisco de Quevedo.
El estilo que observamos se acerca más al culteranismo que al conceptismo, a
pesar de que sea este autor uno de los más reconocidos poetas conceptistas.
Todos los recursos que se emplean pretenden conducirnos hacia un final rotundo
que se expresa fundamentalmente en el término «muerte», que es el que
cierra la composición. Es habitual que, en los poemas metafísicos de Quevedo, el
autor nos conduzca hacia el mismo final, pero aunque la muerte aparezca con un
valor universal, se deduce que la angustia se crea, fundamentalmente, porque es
una muerte próxima, casi visual, incluso para el lector. Por ello, podemos
afirmar que el poema sigue una estructura ascendente, ya que es en los últimos
versos donde se alcanza el punto de máxima tensión, es decir, el clímax.
Webgrafía
[1]
Según José Manuel Blecua, aquí patria se refiere a Madrid: «que había derribado
sus puertas y sus murallas». Clásicos Castalia, Madrid, 1980.
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