Mujer puntiaguda con enaguas
Si eres campana, ¿dónde está el badajo?;
si pirámide andante, vete a Egito
si peonza al revés, trae sobrescrito;
Si
chapitel, ¿qué haces acá abajo?
eres el
cucurucho y el delito,
llámate doña Embudo con guedejas;
si mujer, da esas faldas al demonio.
[1]Motril
tuvo fama en la elaboración del pan de azúcar.
[2]
Penitente.
[3]Arrepentido.
[4]Imitación
burda.
[5]Llave de
honor que llevaban en la cartera derecha de la casaca ciertos empleados de
palacio, y de la cual solo se descubría el anillo.
[6]Dado.
[7]Capa de
junco o de paja que usan los labradores en Galicia como defensa contra la
lluvia, y que suele tener caperuza o capirote. Cono alargado de papel engrudado
que como señal afrentosa se ponía en la cabeza de ciertos condenados, y llevaba
pintadas figuras alusivas al delito o a su castigo.
[8]RAE.
Aguzado, afilado. Acanalado.
Introducción
Nos
encontramos ante un soneto de Fco de Quevedo, autor que destaca dentro del
movimiento Barroco. Sus obras se han clasificado en diferentes temáticas,
concretamente, esta estaría entre las de contenido satírico. Esta composición se
publicó en 1648, en El Parnaso español.
Tema
El poeta se mofa de una
mujer por su indumentaria.
Estructura
externa
La
composición que vamos a comentar es un soneto, cuya estructura métrica es la
habitual para los cuartetos ABBA, ABBA, y, en este caso, para los tercetos,
CDC, DCD. La rima, consonante, y el verso, de arte mayor. Destaca el uso de la
diéresis en el verso 12, para la palabra «büida», con lo cual el verso alcanza
las once sílabas propias del verso del soneto.
Estructura
interna
El poema mantiene la
unidad y, por lo tanto, no podemos encontrar partes significativas ni temática
ni sintáctica que se desgajen del todo.
Análisis
La
primera estrofa del soneto se compone de cuatro anáforas, recurso que irá
repitiéndose a lo largo del poema. En las cuatro ocasiones se repite la
conjunción condicional «si». En cada verso se introduce una posibilidad, por
parte del poeta, para intentar definir algo que, de momento, no se concreta.
Más adelante, sabremos que se trata de las faldas[1] de
una mujer y, por extensión, de las múltiples formas que adquiere la mujer con
tal indumentaria. Los cuatro versos siguen una estructura paralelística en la
que el primer elemento es siempre la subordinada condicional, entendiendo que
cada verso mantiene tal estructura, a pesar de los signos de puntuación que
aparecen y que no delimitan la oración; luego la segunda parte del
verso y de la citada estructura, se corresponde con la proposición principal.
Valga apuntar que en la primera proposición de los tres últimos versos de la
estrofa observamos la elipsis verbal, «eres».
Queda
claro el carácter burlesco de cada enunciado, es decir, de cada intento por acertar
con la forma que la mujer le sugiere al poeta. Por supuesto, se trata de acumular imágenes grotescas con
pretensiones de deshumanizar a la dama de las faldas.
En el primer verso, está presente la
referencia sexual que se encierra en la palabra «badajo». El recurso que emplea
el autor es el de la dilogía, tan característico en los textos satíricos de
Quevedo. La referencia a Egipto también se encuentra en alguna conocida composición
de Quevedo[2],
en definitiva, todos los elementos resultan, más o menos, puntiaguados en su
parte superior, lo cual nos lleva a imaginarnos las proporciones distorsionadas
de la mujer a la que se refiere el mordaz poeta.
La segunda estrofa del soneto está
compuesta por dos oraciones, ambas construidas también con subordinada
condicional. De la misma manera que en el primer cuarteto, aquí también el
poeta aportará su visión hiperbólica de la mujer a la que se refiere. Lanza las
subordinadas condicionales como quien lanza dardos. Es en Quevedo la poesía un
arma cortante y así avanzará en cada verso. Empieza la estrofa identificando a
la dama con un «chapitel». A la metáfora se suma, en el mismo verso, una
interrogación retórica en la que el autor manifiesta irónico extrañamiento. Del
segundo al cuarto verso del mismo cuarteto, abarca la segunda oración. En estos
versos nos encontramos con tres metáforas que pretenden reducir a la dama, que
la alejan del papel que la poesía usual le ha otorgado. En estos el poeta alcanza
una de las cumbres del conceptismo. Partiendo del término «diciplinante», nos
imaginamos al penitente que en la procesión busca ser absuelto de sus culpas,
pero el sintagma «mal contrito» se opone a la retractación, y nos
preguntamos, ¿qué es lo que se opone al arrepentimiento? La respuesta la
encontraremos en el verso siguiente (v. 7), pues al ser equiparada la dama con
el arrepentimiento a través del término «cucurucho», propio del penitente,
también se la identifica con la culpa a través de la palabra «delito». El
oxímoron nos conduce a comprender que el delito de ella será el hecho de vestir
las faldas, objeto del poema, lo cual
provocará que los cipreses, ya personificados, participen de la
irreverencia hacia la dama.
Llegados al primer terceto se
acelera el ritmo debido a la esticomitia, pues a cada verso le corresponde
una idea que, además, se refuerza en el triple paralelismo sintáctico. Se
agrupan las tres propuestas del terceto, casi se comprimen para dar la sensación
de acumulación, que se traduce en un resultado de búsqueda en el autor y de, a
pesar de ello, no encontrar la verdadera palabra que se ajuste con la realidad.
Aquí
las metáforas son «punzón»,
«cubilete» y «coroza». Todas ellas pueden compartir el denominador común en la
forma, aun así, no se puede descartar que para «punzón», se deba tener presente una de las acepciones que
recoge la RAE. Se dice: «Llave de honor que llevaban en la cartera derecha de
la casaca ciertos empleados de palacio, y de la cual solo se descubría el
anillo». Si esa llave se guardaba en la «cartera», esta, en el poema, bien
podría corresponderse con el «estuche» del verso 9. Ahondando en la misma
imagen, la llave, en una posición invertida que dejara el anillo abajo, podría
aproximarse a la figura de una mujer vestida con miriñaque.
Tanto
el «cubilete» como la «coroza» pueden darnos la forma acampanada de una falda
sobre guardainfante, motivo por el que
Quevedo ha decidido incorporarlas en el poema.
Para
el segundo terceto el poeta acude a la hagiografía, en concreto a la vida de
san Antonio, conocida, entre otros motivos, por la superación de las
tentaciones que el diablo le enviaba. Gracias a los versos de los tercetos
podemos imaginar que la mujer del poema debía de ser delgada. La idea nos la
aproximan los términos «büida» y «doña Embudo». De cualquier modo, la metáfora que
aporta en la palabra «Embudo» es suficientemente plástica para despertar a la
imaginación más dormida. El resultado es una mujer caricaturizada, con forma de
embudo, tentando inútilmente a un impertérrito san Antonio.
Pero
el autor ha querido llevarnos hasta el último verso sin decirnos de qué nos
estaba hablando. Una vez llegamos al final del poema, es cuando descubrimos que
el poeta nos estaba describiendo a una mujer y su indumentaria. En ese mismo
verso, también observamos un cambio en el estilo. Podemos decir que el ingenio anterior queda ahora relevado por un tono coloquial, como si
el poeta, ya cansado de buscar las palabras que describieran a la dama,
abandona esa fatiga para cerrar el poema y abandonar su esfuerzo con un
coloquialismo: «si mujer, da esas faldas al demonio».
Conclusión
Todo
el poema se ha construido en una sucesión de oraciones con proposiciones
subordinadas condicionales. El autor ha buscado mostrar una imagen femenina de
la que mofarse por la vestimenta que utiliza, concretamente, las faldas
ampliadas por el guardainfante. El recurso estilístico más utilizado por
Quevedo es el de la metáfora. La anáfora también ocupa un lugar destacado e
incisivo, tanto en el ritmo como en lo referente, pues a través de esta, se
introduce una posibilidad de acertar en este pseudo acertijo que nos propone
Quevedo. Todo el conjunto es el resultado propio del conceptismo del Barroco.
Las metáforas y las imágenes que se escriben son una muestra de ingenio que el
autor presenta para deshumanizar a una mujer vestida de una determinada forma
que, por lo visto, desagradaba al poeta. Llegados al último verso nos
encontramos con un registro coloquial que muestra el hartazgo de Quevedo, casi una
conclusión para poner el cierre a los versos.
Webgrafía
Excelente análisis
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