O como cuando dijo que se había ya cansado de vivir enfrentado a la impostura de escribir, porque era sin duda una completa impostura la escritura, ya que el arte no era nada, aunque había que reconocer que sólo teníamos el arte. (Pág. 300).
Acabo de pasar
la última página de la novela de Enrique Vila-Matas, Esta bruma insensata.
Cierro el libro y, mientras todavía observo la contraportada, intento
mantener en el paladar del recuerdo un sabor que ya empieza a huir. Si toda
obra metaliteraria (si algo tiene Esta bruma insensata es
mataliteratura e intertextualidad) es una puerta abierta a la maleabilidad
del concepto de literatura: hablar de la literatura en la literatura tiene
tanto de pérdida de tiempo como de necesidad imperiosa, con lo cual vale la
pena dedicarle algunas líneas.
No me voy a detener en aspectos propios de una ficha sobre la novela. Añado que infinitos aspectos importantes de la obra quedarán fuera de esta reseña; sin embargo, me detendré en lo que me ha parecido excepcional por la valentía del autor, pudiéndose entender como un ejercicio de sinceridad.
Jamás he hablado
con Vila-Matas, quiero decir que no tengo ni la más remota idea de lo que pasa
por su mente en lo referente a la escritura, más allá de sus textos o de los
medios de comunicación; no obstante, me tomaré la licencia para elucubrar sobre
su actitud como escritor, acierte o yerre en el intento.
Entre lo mucho
que puedo desgranar de su obra, diré que me gusta casi todo, y lo digo aun
sabiendo que mi opinión es un lugar común que no interesará a casi nadie. Afirmo que el autor es un
malabarista de las palabras, que incluso en algunos capítulos tantea hipnotizar
al lector: objetivo primordial al que creo se debe aspirar a la hora de
escribir. Sí, he dicho hipnotizar al lector, que no es bombardearlo con cierto
barroquismo mareante y soporífero, cursi y mojigato, ni ha de ser un panfleto
de lo que los ciudadanos abducidos esperan, sino crear el interés sobre lo que
está sucediendo en una historia y, más aún, sobre lo que sucederá avanzada la novela. He ahí mi
concepto de literatura, o de hipnosis.
Aprovechándome
de esa licencia que yo mismo me he otorgado para hablar de quien no conozco,
diré que la acción de Esta bruma insensata es prácticamente nula, y
con ello no estoy descalificando la novela, pues al autor no suele interesarle
ese elemento narrativo y por ello se podría aceptar (o no) esa carencia.
Alguien podrá decir que el autor huye de la dificultad que conlleva urdir una
trama o reorganizar un rompecabezas con las piezas propias de la acción, pues
con otras piezas es evidente que se organiza; por supuesto, estará en su
derecho. Alguien dirá que la redacción gira alrededor del protagonista sin
aportar nada nuevo a lo largo de demasiadas páginas o que nos topamos con
tiempos muertos donde nada progresa; estará en su derecho. Que el protagonista
manifiesta una cierta exquisitez artificiosa; también estará en su derecho. Todo
el mundo estará en su derecho si se entiende que la novela tiene la capacidad
de autodestruirse al tiempo que de autorregenerarse.
Sí, pero cuál es
la pregunta que me hago después de la lectura. Mi pregunta sería ¿cuál ha sido
el objetivo del autor en esta novela? Lanzándome al vacío me respondo
diciéndome que en esta novela, Vila-Matas muestra una actitud ante el concepto
de novela o, si se me permite, ante el concepto de literatura e incluso de
arte. Todo el texto, aunque no en la forma, sí en la intención, es un diálogo del
autor consigo mismo. Y ello justificaría la casi inexistente acción o trama.
Predomina la introspección (no es novedad en la obra de Vila-Matas) hasta el
punto de que es el motor que conseguirá al final la imagen del narrador y
protagonista emergiendo con el tesoro de haber encontrado un significado a
todas las (tal vez excesivas) páginas anteriores.
El autor mira
sin parpadear a los ojos de la novela (me refiero al género) como si ya la
hubiese domeñado. No le tiene miedo y la maneja con habilidad porque ha
descubierto que al encender la luz de esa alcoba se supera el misterio. A la
novela el autor le habla de tú a tú, con familiaridad y con un punto del
desencanto del viajero que conoce el mundo (de la novela) y ya poco puede sorprenderle. Solo
si es así, se pueden entender los diálogos entre Simon y su hermano.
—Exacto —dije cayendo en la trampa
de creerme lo que me decía—. Porque nunca ha existido la originalidad, que fue
sólo una fantasía de Platón, para quien el mundo mismo era una copia. (Pág.
288).
Pero saber que la novela y el arte se pueden diseccionar y descubrir algunos vacíos en su
interior ahonda en el desencanto, nos sitúa ante una pequeña o gran nada capaz de cambiar a quien ha llegado a ese punto. Algo que nos conduce a un concepto, literariamente hablando, antirromántico.
Luego, cayó en
un breve y tremendo silencio.
—Y, por otra parte, mi obra me la
suda —dijo. (Pág. 296).
Tal vez, las
líneas donde más se perciba el desencanto sean las que rozan el sarcasmo;
por ejemplo:
O como cuando
vino a decir —si no entendí mal, por supuesto— que escribir era hasta
cierto punto justificarse sin que nadie te lo pidiera y que en el fondo una
justificación de ese tipo era siempre algo de lo más cómico. (Pág. 299).
Ambos
personajes, Simon Schneider y su hermano Rainer Bros (el novelista
para quien trabaja Simon buscándole citas que aquilaten sus novelas), son las
dos caras de la misma moneda; que ambas caras dejan traslucir nítidamente la
imagen de Enrique Vila-Matas. Por ello insisto en que la novela es una
reflexión del autor o, si se prefiere, ya dije que un diálogo consigo mismo. La justificación de la novela como
manifestación artística, como la justificación de la escritura en sí, se cuestiona en esta obra, se acepta y se rechaza, es en sí, se concluye, tan cómico (absurdo) como necesario. Además, la perspectiva (el susodicho desencanto) no se limita al enfoque del escritor
hacia su obra, también desde la obra hacia el lector. Es en ese contexto donde
se podrían incluir las siguientes líneas:
Porque había en
todo lector, añadió Rainer, una vocecita que por lo bajo le decía acerca de
todo lo que leía, por extraordinario que fuera: ¡anda ya! (Pág. 300).
Afirmo que Esta bruma insensata es una novela de madurez, pero no en el sentido de alguien que ha aprendido
el oficio de la escritura, prueba más que superada, sino de quien ha llegado a otras fases más complejas
en la relación propia entre el autor y la creación. Esta posibilidad es para mí lo más destacado de la novela y lo que me ha parecido merecedora de estas líneas. Vale.
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