ISBN 9788490560082
Ayer, en la emblemática librería
barcelonesa, Negra y criminal, estuvo
Carlos Zanón. Estuvo Carlos y estuvimos unas ciento cincuenta personas más,
porque presentaba su cuarta novela, Yo fui
Johnny Thunders. Aunque para ser sincero, yo no pude entrar. Ya desde la
plaza del mercado de la Barceloneta se apreciaba cierto tumulto, no porque
hubiese llegado alguno de los ejemplares que el famoseo pasea por los platós
televisivos o porque hubiese llegado un futbolista, sino porque hablaba un
autor y porque firmaba sus libros. No pude entrar y me alegré; aquello que
estaba sucediendo contradecía cierto pesimismo que envuelve a la cultura, era
algo del oxígeno que casi siempre se le niega. Aun así, aupándome como pude,
distinguí la cabeza descollante de José María Sans, Loquillo, quien hizo los honores de acompañar a Carlos en la
presentación. Decía que me aupé desde la calle por ver algo, lo que fuese. Con
algún disimulado empujón gané algunos metros para nada más comprobar que la
boca de Loquillo no cantaba, pero sí,
por el silencio con el que se le escuchaba en el interior, se podía constatar que lo que yo no oía aportaba mucho a lo
esperado. Sin embargo, para los de fuera, el movimiento de su mandíbula solo
podía ser la constatación de un fallo en el playback o que alguien le hubiese
quitado la voz al reproductor que mostraba a mi admirado intérprete: silencio,
a lo más, murmullos de los que nos quedamos fuera.
Si no pude entrar y si todavía no he
tenido tiempo de leer el libro, ¿qué me queda? Me queda inventarme el acto o
contar las pequeñas minucias que sucedían fuera, y la segunda opción se parece demasiado
a la primera; así, pues, me decantaré hacia aspectos, tal vez, muy personales,
pero que son los únicos que me quedan para conmemorar el acontecimiento, ¿o no
es un acontecimiento que Carlos Zanón presente un libro y que los asistentes se
queden fuera porque ya no quepa un alma en la librería?
Cuando la cola, que se prolongaba
desde la mesa en la que el novelista iba firmando ejemplares, me pareció que se
adelgazaba, entré en ella. Al fin me tocó. Saludé a Carlos y le dejé mi
libro, que es el suyo, sobre la mesa. Esther nos hizo unas fotos y nos
abrazamos. Carlos es un tipo que se deja abrazar. Animo a quien se lo encuentre
por la calle que no lo dude, que se le acerque y que lo abrace. Quien así se
atreva comprobará que sus abrazos no son de aquellos, como dice mi alumna
Tania, que te juntan el hígado con los riñones. Los abrazos de Carlos son
mullidos, son como de bizcocho casero. Lo que yo sentí, esa mañana de
presentación, cuando nos abrazamos, se remontaba a lo que fue nuestra editorial
Nínfula. Me revivió el recuerdo del primer libro de Carlos, El sabor de tu boca borracha; el de Faíco
(que se hizo carne entre los que no pudimos entrar) y sus cuentos: Los territorios invadidos; el de Marcos Lamelas y su Solsticio de Cristal; el de Carlos
Erruiceta (o si se prefiere, Ruiz) y los relatos de Por qué nunca comeremos perdices, o bien (y no sé por qué ni cómo
corre por internet), El sueño de los leones,
de quien emborrona este texto. Y a todo ello, el recuerdo y presencia de Mari
Luz, el de Esther y el de Nuria. Y algo más arropaba ese abrazo, algo que nos
trasformaba en un ser fantástico, o por lo menos a mí me lo pareció cuando
comprobé que no componíamos un abrazo al uso, de cuatro brazos y de
dos cabezas, sino de seis brazos y de dos cabezas. Llegué a creer que una
tercera persona se nos sumaba al achuchón, y como no vi a nadie más, me convencí
de que esos dos brazos de más solo podían ser de Johnny Thunders, que aunque en
algunas ocasiones se transfigure en Carlos, en otras, se le sorprende en plena
metamorfosis. Salud.
Excelente descripción Eugenio (más una anatomía emotiva) de la presentación del último libro de Carlos Zanón; hiciste bien en no decantarte por ninguna de las dos opciones que señalabas y a las que parece que estabas abocado ante el hecho (a veces) insólito y esperanzador de una librería (la Negra y Criminal) llena hasta los topes y te animaras a describir la parte emocional y la intensidad de un abrazo a "seis manos".
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