- Nº de páginas: 230 págs.
- Encuadernación: Tapa blanda
- Editoral: PLAYA DE AKABA
- Lengua: CASTELLANO
- ISBN: 9788494210877
No se trata
de un título donde el juego de palabras sea una falsa pista que confunda al
lector, que lo lleve a equívocos para demostrarnos un alarde de ambigüedades en
el que el lector, participando del juego, se deje llevar por la pequeña trampa
que nos deparase Ángel Silvelo. El
título es meridianamente exacto con el texto, pues nos habla la novela de los
últimos tres meses en los que un Keats jadeante, en Roma, espera que el bacilo de Koch
acabe con su vida. Ya está contada toda la acción, no hay secretos que vayan
apareciendo a lo largo de las páginas ni sorpresas de último momento.
Obviamente, ¿qué sentido tendría cuando todos conocemos el final del poeta
romántico?
¿Dónde
hemos de buscar el valor del texto? ¿Dónde se encuentra aquello que la editora,
Noemí Trujillo, encontraría para darle el sí a la edición? Valores son muchos y
yo no seré capaz de abarcarlos todos, aunque sí me centraré en algunos de los
que he considerado meritorios. Empezaré diciendo que la obra está escrita
(estoy a punto de decir sentida) en primera persona. No sé si es la piel de
Keats la que transita por la de Silvelo o la de este por la de aquel, porque el
mimetismo en ocasiones es gratamente confuso, sin embargo, nunca confunde.
Ángel
Silvelo Gabriel es un autor equilibrado, alcanza un alto registro literario (¿por qué no decir
poético?) y lo lleva a pulso hasta la última página. Consigue crear la
atmósfera decimonónica romántica en las palabras del personaje narrador cuando este
recuerda, cuando padece el desgarro de la enfermedad y cuando imagina el futuro
más allá de su maltrecha existencia. Estos son algunos de los logros. El reto
que se propuso Silvelo no es contra nadie, o mejor dicho, es contra sí mismo.
¿Cómo mantener a lo largo de más de doscientas páginas un argumento que el lector
conoce a priori? ¿Cómo mantener atento al lector cuando este conoce el final de
la obra y no hay acción o hilo argumental complejo que sustente la historia? Volveríamos a
hablar de pulso narrativo y añadiríamos: tono narrativo.
«A veces me
veo ocupando el puesto de Dante junto a Virgilio en su descenso hacia los
infiernos, en un viaje lento pero seguro hacia la oscuridad.» (pág. 60)
Pero conocer la historia de
Keats no es una rémora para el autor ni para el lector, pues es el momento en
el que Silvelo le ofrece su mano y aquel la toma para penetrar en lo más íntimo
del desenlace anunciado. Y es ahí donde se ha de buscar el punto de partida, ya
que es una novela que no empieza en la primera, sino en la segunda fase de la historia,
y es ahí cuando adquiere sentido la técnica que Silvelo ha escogido, que no es
otra que la de hilvanar su prosa con los textos reales extraídos de las cartas
que nos dejó, fundamentalmente, el poeta inglés. Así, pasamos de la novela a la
vida y de la vida a la novela sin importar demasiado qué fragmentos son del
poeta y cuáles del autor de la novela. Ese es el juego y es ahí donde el autor
se encuentra a gusto y donde crece la narración. En el transcurso no se ven
costuras ni mucho menos zurcidos, la transición es inapreciable, a no ser por
las imprescindibles comillas que separan a un autor del otro.
Propongo el juego de presentar
fragmentos de la novela y ver si adivinamos quién es el autor, si Keats o
Silvelo:
«Soy aire… soy viento… y aún me
siento capaz de apoderarme de tus deseos; ínfimo, pero aún me queda un
instante, quizá el último, porque cuando mis pies dejan el suelo, siento como
si ya estuviera muerto.» (pp. 63, 64)
«Comparo la vida humana a una
gran casa con muchas moradas, de las cuales solo puedo describir dos, ya que
las puertas de las restantes todavía están cerradas ante mí (…)» (pág. 73)
Respuesta: el primero, de A.Silvelo;
el segundo, de J.Keats. El juego nos llevaría a recorrer todas las páginas del
libro y a comprobar que la pasión, telúricamente literaria de ambos, se
confunde.
El libro no solo nos habla de pasiones imposibles, de la aceptación de la muerte entendida como liberadora,
de la pérdida y de lo irreparable. También en la obra encontramos páginas
metaliterarias en las que se oponen
algunos de los movimientos destacados en el paso del siglo XVIII al XIX; es
decir, lo que quedase de la Ilustración en su etapa decadente, pues hablamos de
la segunda década del siglo XIX, y la eclosión del Romanticismo, que tanto en
Alemania como en Inglaterra, ya dio muestras en la segunda mitad del XVIII.
Para incidir en el sentir
romántico aparecen imágenes propias de la literatura y de la pintura.
«Las escenas de ensenadas, bahías
o bosques solitarios y perdidos acrecientan en mí esa sensación de
incertidumbre y soledad que me reconforta con el encuentro más íntimo con los
sentimientos.» (pág. 61)
También leemos: «¿Qué es el
Romanticismo?» (pág. 60) El poeta protagonista se plantea cuestiones estéticas
propias de su época, lo cual es una forma de contextualización de la historia,
como también sucede cuando se cita a otros poetas o a pintores como Severn (personaje y compañero real de JK) o al mismo Turner.
De todas las alusiones metaliterarias,
diseminadas a lo largo de la novela, esta es mi preferida:
«”Ni antes ni ahora me fío de la
reflexión racional”, pienso, porque si así lo hiciera, sería destruido por los
principios de la ciencia que rigen el destino de mi enfermedad. De ese modo,
lejos de abdicar, presento batalla al misterio y a la incertidumbre que
aprisionan a mi espíritu, y los engaño de la única manera posible, convirtiendo
mi lucha en la exploración de esa última oportunidad que tanto anhelo.» (pág.
140)
Es una novela que no busca los
fuegos de artificio, que llega a ese final consabido, pero transciende, pues
nos habla de lo que es tremendamente difícil de verbalizar. Una aproximación
plana a Keats nos presentaría una escena más o menos doliente en la que el
poeta aparecería en su último estertor, y esa misma escena sería el punto
final. Silvelo Gabriel, por el contrario, en un esfuerzo de introspección nos lleva a
otras profundidades, a variaciones insospechadas en el fraseo de la muerte, a
quien no le basta la expiración del personaje. Silvelo, metamorfoseado en
Keats, se abre paso página a página cuando parece que no será posible avanzar
más. Entonces nos habla de la liberación que puede representar la muerte para
quien solo conoce el sufrimiento, y nos habla de la belleza para conocer el
único refugio posible para el poeta.
«Vida sin luz, pero también sin
sufrimientos.» (pág. 179)
A partir de ahí, encontramos toda una teoría
vital y poética que buscan la confusión de ambos conceptos, si es que en algún
momento han podido separarse.
No solo en la naturaleza puede
encontrarse la muy buscada belleza para el poeta moribundo, también en el arte. Escogiendo las palabras exactas
para ello, A. Silvelo recurre a J. Keats:
«¿Es el arte un vuelo hacia lo
sublime, o simplemente una evasión temporal de la experiencia?» (pág. 103)
En otras ocasiones, para el autor
no son necesarias las palabras del poeta:
«Sigo caminando por este lecho de
belleza infinita, acompañado por las tinieblas del pasado, hasta que el sol
vence al horizonte y me ilumina como solo él es capaz de hacerlo en mis
sueños.» (pág. 103)
«Ahí quiero caer yo para siempre,
en una fosa donde la belleza sea el estado natural del alma, y en la que no
quepa otra razón de ser que su contemplación.» (pág. 105)
Muchas son las expresiones a lo
largo de las páginas de la novela donde es fácil alzar el vuelo con la
ensoñación que Silvelo nos propone. Y uno cede a ese propósito y crea o recrea
sensaciones quizá recuperadas de momentos perdidos o intuidos, y si no, veamos
algunas de ellas:
«Mi existencia se asemeja
demasiado a ese silencio de los ecos perdidos que no saben qué hacer y se
convierten en un espacio que mata.» (pág. 148)
«¡Qué difícil es renunciar a un
poco de eternidad!» (pág. 178)
La apuesta ha sido alta, pero
Ángel Silvelo la gana en rigor y en capacidad evocadora. La gana porque creía
en el empeño, y nosotros, lectores que hemos navegado de su mano, regresamos a puerto con una experiencia de infinitud, de haber interiorizado tanta vida palpitante
en el papel, a pesar de que la obra gire en torno a la muerte. Vale.
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