jueves, 21 de mayo de 2015

Literatura sin efectos especiales




Título: La sang  ferida 
Autor: Ramon Surroca. 
Editorial:  Llibres de l’index
ISBN: 9788494233463


Hace algunos meses que Ramon Surroca nos presentó su cuarta novela escrita en catalán. Su trabajo es un verdadero ejercicio dentro de aquella literatura que, lamentablemente, hoy, a muchos lectores les costaría ubicar en un cajón concreto. En los últimos tiempos se ha convertido en un empeño infructuoso clasificar la novela que en otra época, con el mismo vocablo que denomina al género literario hubiese sido suficiente. En las presentaciones, en los encuentros con otros autores, no es extraño que alguien te pregunte: «¿Y tú qué clase de novela escribes?» Aquí, quien pregunta espera recibir una respuesta al estilo de novela negra, con sus matizaciones de policíaca o no, con las aclaraciones de realismo sucio o, por lo menos, tremendista; por qué no, que por lo visto es lo que rompe: romántica, con la variante de romántico-erótica, por supuesto agrupadas en trilogías; paranormal; terror; erótico-terrorífica-paranormal y un sinfín de matices que pretenden alejarnos de la respuesta: novela novela. ¿Cómo clasificarían los lectores de las nuevas hornadas las obras de Faulkner, de Proust, Joyce, Bulgakov y tantos maestros de la narración? Dejemos la pregunta en el aire esperando que los tiempos respondan por la obviedad de la misma cuestión.
            Surroca ha escrito una novela sin más pretensión que bucear en las profundidades del ser humano, que no es poco. La sang ferida no busca la pirotecnia ni los efectos especiales al rebufo de las Cincuenta sombras de Grey; tampoco pululan vampiros enamoradizos ni orcos ni princesas ni adolescentes temblorosos que nos plantan en el sofá de casa para asistir a la invariable historia televisiva de sábado por la tarde. En su novela la trama es simple, pero subterránea, con lo cual el caudal, sin estar presente a la vista, corre por zonas ocultas y de tanto en tanto emerge en la información justa que precisa el lector para seguir leyendo. Aquí hay que insistir en que Ramon Surroca dosifica la información que hace avanzar la historia, no tiene prisa y el lector tampoco debería tenerla.
            La novela narra la historia, en presente de indicativo, de un padre y un hijo en el parque zoológico de Barcelona, a lo largo de una mañana. El presente se va interrumpiendo para mostrarnos la información de unos sucesos que van desde un pasado (narrado este en pretérito) no demasiado lejano, y que avanza hasta alcanzar al presente. El pasado emerge y se imbrica con el momento actual, se entrecruza inopinadamente en el intento de correr en paralelo con esa mañana ante los animales enjaulados. Una palabra que va bordeando la trama podría ser incertidumbre: un suceso de la más alta magnitud ya está afectando la vida de ese padre y ese niño que tanto se impresiona ante lo que le ofrece el zoo. Como no podía ser de otra manera, la novela no nos conducirá a un final concluyente, nos dejará en el punto en el que la corriente oculta ya ha aparecido en toda su dimensión, nos la mostrará y casi nos la cederá para que, como lectores, continuemos la historia.
            Dice Surroca que es un poeta frustrado. Tras la lectura, posiblemente, también lo crea el lector: presencia de lo intangible, búsqueda del vocablo exacto, reminiscencias... Si observamos la trayectoria de Ramon Surroca, nos encontraremos con un estilo en evolución. Aquí, el autor en pocas ocasiones deja que la acción avance en los diálogos. De ser así, podría superarse la dosis que debiera recibir el lector, con lo cual rompería el ritmo que se busca en la obra. Los diálogos son breves y justos en la extensión. En cuanto al narrador en tercera persona omnisciente, también observamos la evolución: dominio de los recursos, porque a Surroca la capacidad en ocasiones lo puede desbordar. Ha sabido recortar, lo que no me cabe duda de que es un acierto, con lo cual nos deja a la expectativa de lo que nos presentará en futuras obras.
            El autor, como filósofo que es, no puede evitar las oportunidades que en la obra lo aproximan a la reflexión y que salpican las escenas con gran solvencia. Partiendo de la trama, va más allá del libro. Veamos un ejemplo:

            L’espontaneïtat als adults necessita travessar massa sedassos, massa pells de ceba i al final en queda aquest somriure filtrat, tan prim, que tanmateix els retorna, precàriament, al pols constant de la vida. (Pág. 102)

Otras reflexiones se comprimen en una suerte de honda greguería, como podemos observar en la siguiente muestra:

Sobreviure és un estat d’excepció que converteix en singular el més corrent esdeveniment del món. (Pág. 106)

Y la historia avanza por caminos sutiles, sin las alharacas de los grandes acontecimientos, hasta llegar a conocer en profundidad a un padre, a una mujer ausente y al hijo de ambos. El retrato de los personajes se perfila a través de pequeños acontecimientos, de lo que muestra y esconde la mirada, de lo que un pequeño gesto revela y penetra en los demás. Leemos:

Amb la Júlia va tenir sempre aquesta impressió de no dir-se res mentre parlaven, com si les paraules, en lloc de ser la llera del sentit, en fossin la desviació, la distracció d’una gravetat que sempre el somriure i la mirada persistent semblaven reservar-se, amagant només en part una veritat que mai arribava a ser formulada, una intel.ligència que el parlar hauria mutilat, pervertit, desvirtuat; això era el que més l’ofuscava i l’atraia de la Júlia i per aquesta raó el sexe sempre li va resultat molt més eloqüent que totes les seves converses, perquè llavors la Júlia semblava assolir una mena de total sinceritat, com si només en callar i en activar totes les potències del cos, la seva ànima, ment o com calgui anomenar aquesta palpitació inefable que és l’esser humà, emergís completa, nítida i profunda. (pág. 128)

En definitiva, La sang ferida es una novela que nos conduce a una situación sobrevenida, cuyos protagonistas deberán ir asimilando. En ellos quedará indeleble el paso de la vida, quizá debiera decir el golpe de la vida. En su conjunto, la urdimbre del libro ha creado un conflicto que podríamos entender como irresoluble, y todo ha sucedido con la naturalidad de un día de sol o de lluvia, tal como suceden los grandes acontecimientos individuales que tienen el poder de transformarnos; decíamos arriba, sin efectos especiales. Vale.









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