Llama de amor viva
¡Oh
llama de amor viva
de
mi alma en el más profundo centro!
Pues
ya no eres esquiva
acaba
ya si quieres,
5
¡rompe
la tela de este dulce encuentro!
¡Oh
cauterio süave!
¡Oh
regalada llaga!
¡Oh
mano blanda! ¡Oh toque delicado
que
a vida eterna sabe
10
y
toda deuda paga!
Matando,
muerte en vida has trocado.
¡Oh lámparas de fuego
en
cuyos resplandores
las profundas cavernas del sentido,15
que
estaba oscuro y ciego,
con
estraños primores
color
y luz dan junto a su querido!
¡Cuán manso y amoroso
recuerdas[1]en
mi seno 20
donde
secretamente solo moras,
y en
tu aspirar[2]
sabroso
de
bien y gloria lleno,
cuán
delicadamente me enamoras!
Contextualización
Segunda mitad del S. XVI
Poesía mística
Contrarreforma
Amor humano y amor divino
Introducción
Nos encontramos ante una composición de San Juan de la Cruz, poeta religioso de la
segunda mitad del siglo XVI, perteneciente a la orden de los carmelitas
descalzos.
Tema
Exaltación del gozo del alma al sentir al Espíritu Santo.
Estructura externa
El poema está constituido por cuatro estrofas de pie
quebrado que siguen el siguiente esquema 7a, 7b, 11C, 7a, 7b, 11C con rima consonante. Aunque
no se trata de liras, la disposición de los versos y de la rima nos lo
recuerda. Este tipo de estrofa se llama sexteto alirado. Destaca en el verso 7
la presencia de la diéresis para que el verso alcance las siete sílabas del
heptasílabo.
Estructura interna
Valga decir que como es habitual en la poesía mística, la dificultad en la interpretación nos puede llevar a ciertas confusiones, riesgo que corremos en el ejercicio de abstracción que nos exige este tipo de exégesis. Aunque las cuatro estrofas forman un conjunto, podemos decir
que cada una de ellas configura una parte. En la primera estrofa el alma,
aunque ya goce de la presencia divina, se dirige a la llama (al Espíritu Santo)
para pedirle la unión total con Dios, es decir, la muerte para alcanzar la
verdadera vida. La segunda estrofa se corresponde con la segunda parte. Aquí
parece que la unión total con Dios es efectiva. En la tercera el alma intenta
expresar la experiencia de la unión. Ya en la última estrofa, observamos la
prolongación placentera de la unión del alma con Dios.
Para la primera estrofa
Dice San Juan de la Cruz en la exégesis de sus
versos:
«Sintiéndose
ya el alma toda inflamada en la divina unión, ya su paladar todo bañado en
gloria y amor, y que hasta lo íntimo de su sustancia está revertiendo no menos
que ríos de gloria, abundando en deleites, sintiendo correr de su vientre los
ríos de agua viva que dijo el Hijo de Dios (Jn. 7, 38) que saldrían en
semejantes almas, parécele que, pues con tanta fuerza está transformada en Dios
y tan altamente de él poseída, y con tan ricas riquezas de dones y virtudes
arreada, que está tan cerca de la bienaventuranza, que no la divide sino en una
leve tela».
Es realmente importante decir que
todo el poema, salvo los versos 4, 5 y 12, aparecen entre signos de
exclamación, con lo cual ello nos da el tono, es decir, la intensidad que
pretende el poeta para su composición. Empieza el poema desde una altura
emocional necesaria y se mantendrá tan alto hasta el final. De hecho, la experiencia
que se nos cuenta es tan elevada que exige también tan enaltecida expresión.
En el
primer verso nos encontramos con el apóstrofe por el que el alma se dirige a la
«llama». Obviamente, la palabra «llama» es una metáfora que según el mismo
autor significa el Espíritu Santo, que es la forma, fuerza, etc., que adquiere
Dios para infundir el gozo en el alma. Recursos destacados en el poema son los
que expresan contradicción, en este caso, en el segundo verso leemos: «que
tiernamente hieres». Como es habitual en la poesía mística, y que ya habíamos
apuntado en otros comentarios, la dificultad del poeta para expresar la
vivencia de la unión con Dios es tan compleja, que se vale en ocasiones de la
contradicción, en este caso reparamos en el oxímoron.
Volvemos a
advertir la presencia de otra metáfora, incluida en la imagen del verso seis.
Dice el poeta: «¡rompe la tela de este dulce encuentro!». El autor utiliza el
término «tela», y esa intención encontramos en el comentario del poeta, para aludir a esa separación tan sutil entre el alma y la unión
total con Dios.
Para la segunda estrofa:
Dice el poeta en su exégesis:
por otro lado, la cadencia de la anáfora se intensifica con la estructura bimembre del verso:
«El
cauterio es el Espíritu Santo; la mano es el Padre y el toque es el Hijo. Y
así, engrandece aquí el alma al Padre, Hijo y Espíritu Santo, encareciendo tres
grandes mercedes y bienes que en ella hacen, por haberle trocado su muerte en
vida, transformándola en sí. La primera es llaga regalada: y ésta atribuye al
Espíritu Santo, y por eso la llama cauterio. La segunda es gusto de vida
eterna; y ésta atribuye al Hijo, y por eso la llama toque delicado. La tercera
es haberla transformado en sí, que es dádiva con que queda bien pagada el alma;
y ésta atribúyese al Padre, y por eso la llama mano blanda. Y, aunque aquí
nombra las tres por causa de las propiedades de los efectos, sólo con una
habla, diciendo: En vida la has trocado, porque todos ellos obran en uno, y así
todo lo atribuye a uno, y todo a todos…».
La
simbología poética se funde con la teología. Para ello el poeta se vale de
algunos recursos, entre estos, los más repetidos son, como hemos venido
diciendo, los que aluden a la oposición. Leemos: «¡Oh cauterio suave!», donde
es patente el oxímoron, pues quemar las heridas, de ninguna manera puede ser «süave».
Reforzando con otro oxímoron, el poeta nos muestra la complejidad de la
vivencia. Añade en el verso 8: «¡Oh regalada llaga!». Y para finalizar la
estrofa, leemos en el verso 12 la siguiente paradoja: «Matando, muerte en vida
has trocado». Junto a las oposiciones conceptuales de los recursos retóricos
anotados, es la anáfora, conseguida con la repetición de la interjección
«¡Oh…!», otra habilidad sobresaliente en el poema. Con la anáfora se logra
incidir en el ritmo, también intensificar las aportaciones poéticas que se van
enumerando, para que podamos aproximarnos al sentido último de los versos. Como anotamos en el comentario al poema Noche oscura, la interjección aporta aquello que la palabra no alcanza, algo cercano al gemido o a otra manifestación humana menos racional.
Hay
que decir que los versos en los que encontrábamos las anáforas, se refuerzan,
por un lado, con la presencia del quiasmo:
Oh
cauterio süave!
¡Oh
regalada llaga!por otro lado, la cadencia de la anáfora se intensifica con la estructura bimembre del verso:
¡Oh
mano blanda! ¡Oh toque delicado (...)
Creemos
que es importante apuntar las palabras de San Juan de la Cruz en lo referente al
término utilizado en el verso 8, «llaga».
«porque el amante, cuanto más
llagado está, más sano; y la cura que hace el amor es llagar y herir sobre lo
llagado, hasta tanto que la llaga sea tan grande que toda el alma venga a
resolverse en llaga de amor».
Valga recordar las apreciaciones del poeta en su explicación teológica:
«Dios sea
servido de dar aquí su favor, que cierto es menester mucho, para declarar la
profundidad de esta canción, y aun harta advertencia del que la fuere leyendo,
que, si no tiene experiencia, quizás le será algo oscuro, como si por ventura
la tuviere, le sería claro y gustosa».
«En esta canción
el alma encarece y agradece a su Esposo las grandes mercedes que de la unión
que con él tiene recibe, por medio de la cual dice aquí que recibe muchas y
grandes noticias de sí mismo, todas amorosas, con las cuales, alumbradas y
enamoradas las potencias y sentido de su alma, que antes de esta unión estaba
oscuro y ciego, pueden ya estar esclarecidas y con calor de amor, como lo
están, para poder dar luz y amor al que las esclareció y enamoró».
En el primer verso del tercer
sexteto nos encontramos con un pleonasmo, ya que las lámparas no podrían ser de
otra manera que de fuego. Como en el caso del epíteto, solemos decir (aunque
aquí no sea un adjetivo, sino un sintagma preposicional −«de fuego»−, pero con
la misma función sintáctica que tendría el adjetivo: complemento del nombre) que
el pleonasmo no aporta nada que no esté ya implícito, en este ejemplo, en el
nombre al que acompaña; sin embargo, actualiza, al nombrarla, la característica
del nombre que, de no hacerlo, quedaría adormecida. De la misma manera el
pleonasmo actualiza, da plasticidad al núcleo al que acompaña.
El autor también se vale del uso
metafórico de «profundas cavernas del sentido». De la interpretación de las
palabras de la exégesis realizada por el poeta, entendemos, sintetizándolo, que
la luz ilumina la oscuridad; es decir, el Espíritu Santo ha entrado donde no
habitaba, con lo que se refiere a momentos anteriores a la unión. Según los comentarios de Juan de la Cruz, cuando dice: «las profundas cavernas del sentido», el santo se está refiriendo a un plano teológico que concreta de la siguiente manera: «Son las potencias del alma: memoria, entendimiento y voluntad».
Para la cuarta estrofa
He aquí algunas palabras del poeta extraídas de su comentario:
«Conviértese el alma aquí a su
Esposo con mucho amor, estimándole y agradeciéndole dos efectos admirables que
a veces en ella hace por medio de esta unión, notando también el modo con que
hace cada uno y también el efecto que en ella redunda en este caso.
»El primer
efecto es recuerdo de Dios en el alma, y el modo con que éste se hace es de
mansedumbre y amor. El segundo es de aspiración de Dios en el alma, y el modo
de éste es de bien y gloria que se le comunica en la aspiración. Y lo que de
aquí en el alma redunda es enamorarla delicada y tiernamente».
Se trata de
una estrofa en la que se impone la calma. Como si se tratase de un estado
posunitivo. Ya no se solicita a la «llama» que rompa la «tela». Ya no hay
separación, aunque insignificante, entre el alma y Dios. Ahora el gozo es
total, no puede haber más aspiraciones, pues todas ya se han logrado.
En el verso 21 observamos una
expresión propia de la mística, como no podría ser de otra manera y,
especialmente, en la obra del carmelita, «secretamente». La plena unión con
Dios se realiza en secreto, igual que los encuentros entre los amantes. Y tras
la unión, tanto en la forma del amor humano como en la del amor divino, reina
el sosiego.
De los escasos recursos que
encontramos, se puede citar la sinécdoque. Dice el verso 20: «recuerdas en mi
seno». El poeta se centra en este término pues es en el seno donde
encontraremos en nuestra tradición cultural los sentimientos, destacando de
entre estos, el amor. No es gratuito que en dos ocasiones aparezcan palabras de
la misma familia en esta última estrofa: «amoroso» y «enamoras».
Podemos añadir que el uso de la
anáfora para este sexteto es circular, pues con el exclamativo «¡Cuán…!»
empieza la estrofa y, con el mismo, la termina; siempre con el valor
intensificador de la palabra, reforzada, como ya se indicó, en la exclamación
retórica.
Conclusión
Se trata de una composición en la que desde el principio
observamos la intensidad que aportan los signos de exclamación. Todo ello en
consonancia con la intención del autor, pues, decíamos, desde el principio que nos
encontramos con la unión con Dios. Los recursos destacados son la anáfora y el
oxímoron, junto con la paradoja. En cuanto al climax de la composición, ya que toda ella se enmarca en gran intensidad, parece arriesgado decantarnos hacia unos versos concretos, por lo que entendemos que todo el poema es la manifestación de ese momento sublime de la unión con Dios.
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