A UNA NARIZ
Érase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una nariz sayón[1] y escriba[2],
érase un peje espada mal barbado.
Érase un reloj de sol mal encarado,
érase un alquitara[3] pensativa,
érase un elefante boca arriba,
era Ovidio Nasón mal narigado.
Érase un espolón de una galera,
Érase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una nariz sayón[1] y escriba[2],
érase un peje espada mal barbado.
Érase un reloj de sol mal encarado,
érase un alquitara[3] pensativa,
érase un elefante boca arriba,
era Ovidio Nasón mal narigado.
Érase un espolón de una galera,
érase una pirámide de Egipto,
las doce tribus de narices era.
Érase un naricísimo infinito,
muchísima nariz, nariz tan fiera,
que en la cara de Anás[4] fuera delito.
[1]
Cofrade que va en las procesiones de Semana Santa vestido con una túnica larga;
según la RAE. Podríamos añadir que tales cofrades llevan un cucurucho a modo de
gorro, con una prolongación que les cubre el rostro. La forma del gorro se
asocia a la nariz.
[2]
DRAE; m. Entre los hebreos, doctor e intérprete de la ley.
[3]
Alambique.
[4]
Personaje bíblico. Elegido sumo sacerdote desde el año 6 hasta el 15 d. C.
Contextualización
Barroco
Conceptismo
Variedad temática
Caricatura
Introducción
Es bien conocida
la batalla poética que entre Góngora y Quevedo se entabló a lo largo de
diferentes poemas. Teóricamente era una cuestión estética lo que les
enfrentaba, sin embargo, desde el primer momento la tensión también abarcó a
los aspectos personales. Francisco de Quevedo es uno de los paradigmas de la poesía barroca, bien por su variedad
temática, que recorre desde las composiciones de amor, las de carácter moral,
filosóficas o las satíricas, hasta por la expresividad de sus versos. En su
pluma, el conceptismo barroco alcanza las más altas cumbres de la poesía.
Tema
La deformación
caricaturesca dirigida a Góngora.
Estructura externa
Nos encontramos
ante un soneto que se ajusta al canon establecido; es decir, catorce
endecasílabos con rima consonante, estructurado en dos cuartetos y dos
tercetos. Los cuartetos se ajustan a la estructura fija, ABBA, ABBA, y los
tercetos se encadenan con la rima, CDC, DCD.
Tal vez lo más relevante sea la
coincidencia versal con el concepto presentado, por lo que en doce ocasiones
(vv. 1-12) nos encontramos con el uso de la esticomitia, entendida como la correspondencia versal y sintáctica, a pesar de que la coma de los finales de los versos nos pudiese confundir.
Estructura interna
El soneto no se
puede estructurar en partes, sino que se construye de una tirada temática sin
divisiones. Hasta el verso 12 el poeta reúne la acumulación de elementos que
deshumanizan al receptor de los versos, y llegados a los dos últimos, con la
misma intención que los anteriores, motivo por el cual consideramos que todo el
poema mantiene la unidad, se concluye con un broche no menos deshumanizador.
Análisis
Nos encontramos
ante una caricatura organizada en la acumulación de metáforas y en una
estructura paralelística, que pretende deshumanizar al receptor de los versos.
De este poema dirá Lázaro Carreter:
«el arte del concepto como relación alcanza aquí su máximo exponente».
El objetivo del texto apunta hacia la supuesta desproporción de la nariz
del individuo al que se dirigen los versos. Este ejercicio conceptista se
refuerza con el uso reiterado de la anáfora, redoblándose en la presencia del
término «érase» y «era», como también en los paralelismos sintácticos. Ese
principio nos traslada al inicio de los cuentos populares. Quevedo se acoge a
la tradición para bajar de la supuesta altura de un soneto y aproximarse a
cualquier lector. En definitiva, el autor pretende popularizar los versos, convertirlos en ese patrimonio de lo que el pueblo canta o recita.
En el primer verso, la hipérbole ya
nos da la medida de la nariz del individuo que se describe, pues no es una
nariz lo secundario en ese ser humano, sino que lo secundario será el resto del
cuerpo respecto a la nariz; de ahí que no se une a este la nariz, sino que es a
esta a la que se une el individuo. En el segundo verso se vuelve a repetir la
palabra principal del poema, «nariz», que se convierte ya en denominador común,
para realizar una valoración directa y sin interpretaciones. Dice el poeta:
«érase una nariz
superlativa».
Será en el tercer verso del primer cuarteto donde encontremos dos
metáforas: «sayón» y «escriba», para calificar a la susodicha napia. A estos sustantivos, el poeta les otorga una función de aposición para complementar a
nariz. Con «sayón», alude el poeta a la forma y tamaño de los capirotes
identificando la nariz con dicho objeto. Para el segundo término, «escriba», el
poeta añade una característica nueva que, aunque el tamaño sea patente, también
atañe a la ascendencia judía del receptor. Es bien sabido que en los orígenes
del poeta cordobés, tal condición es una realidad,[5] lo
cual contrasta con los orígenes de cristiano viejo de los que presume Quevedo.
A partir de este verso será frecuente la alusión a los mencionados orígenes.
El cuarteto se cierra con una
metáfora del reino animal, «pez», en la que se identifica la espada del pez con
la prominencia de la nariz. En el reino animal, las barbas del pez son las
aletas y también cartílagos. A ese conjunto se le llama, barbas, por lo de «barbado».
Más adelante, en el verso 7 nos encontraremos con otra metáfora propia del
mundo de los animales, será la identificación de la nariz con la trompa del
elefante.
Las metáforas deshumanizadoras se van acumulando en todo el soneto. En ocasiones
la identificación con el poeta andaluz es a través de objetos, pero en otras se
realiza, como veíamos, con animales. Como elemento nuevo observamos la alusión
a un ser humano, que no será otro que Ovidio Nasón, pero no para recurrir a su
quehacer literario, sino que a través del apellido, el autor juega
conceptualmente, puesto que en latín y en italiano, su raíz significa nariz, cosa
que aprovecha Quevedo para, en un juego libre de morfología castellana, darle
un sentido descalificador; en consecuencia, se crea un término que significa
narizón.
Al acabar el cuarteto, de nuevo el
poeta clava su pluma en los susodichos orígenes del poeta caricaturizado. Una
vez más la ascendencia de Góngora es considerada por Quevedo como una realidad
peyorativa para humillarlo. Leemos: «las doce tribus de narices era»,
refiriéndose a las doce tribus de Israel.
Entrados en los tercetos, es obvio que se asiste a una intensificación
descalificatoria. A partir de estos versos la exageración alcanza alturas
improbables:
«Érase un
espolón de una galera,
érase una pirámide de Egipto».
érase una pirámide de Egipto».
La cumbre de la desvirtualización se alcanza en el verso 12. Donde
parecía que todas las identificaciones anteriores tocaban techo, entrados en el
segundo terceto, la proyección de la nariz no tiene límites: «Érase un
naricísimo infinito». Por otro lado, en lo referente al léxico, Quevedo crea el
neologismo «naricísimo»; es decir, el morfema /–ísimo/, propio del superlativo
de grado máximo aplicable al adjetivo, aquí, el poeta lo aplica al sustantivo,
/nariz/.
En el verso trece se rompe el paralelismo, como también se rompe la
esticomitia. En este verso observamos una construcción bimembre: «muchísima
nariz, nariz tan fiera» que, por otro lado, se aproxima al quiasmo. En
definitiva, a partir de aquí, el poeta busca una conclusión a modo cierre del
soneto.
Parece que, en Quevedo, la mención a la nariz, con todas las intenciones
de zaherir al cordobés, nunca es suficiente, que siempre se queda a tocar el
objetivo, pero que nunca lo alcanza. De ahí la continua búsqueda de imágenes y
de las torsiones léxicas, como: «muchísima nariz».
Si arriba se citaba a Ovidio Nasón como representante, además de la
cuestión atributiva ya nombrada, del mundo clásico, ahora la alusión será
bíblica, lo cual no es una mera referencia cultural, sino que se presenta para
ahondar en las repetidas menciones judías con toda la importancia social del momento. Nos referimos al sumo sacerdote
hebreo, Anás, citado para denostar al más que enemigo poético. Sin embargo, tampoco
es suficiente la alusión al sacerdote o a cualquier judío (con las
características que anota el poeta), es más, tanto pretende destacar la nariz
del vilipendiado que en un ejercicio hiperbólico llega a decir que incluso entre
quienes la nariz, según el tópico, alcanza dimensiones considerables, la de
Góngora sería desproporcionada. En la imagen final se recogen tanto la
característica física como la religiosa y la social.
Conclusión
El famoso soneto
burlesco de Francisco de Quevedo consiste en una acumulación de características
que tienen como objetivo la deshumanización de Góngora. Se trata de una
caricatura que conduce a la cosificación, propia del Barroco: grotesca,
hiriente e hiperbólica. También, propio de Quevedo y, por ende, del Barroco, es
la creación de neologismos: «narigado» o «naricísimo». Aunque en casi todos los
versos se anota alguna característica, bien física, bien religiosa, es en los
últimos versos donde el poema toca el punto más elevado de su estructura
ascendente, pues parece que todos los recursos utilizados se recogen para
comprender e impulsar los últimos versos.
[1]
Cofrade que va en las procesiones de Semana Santa vestido con una túnica larga;
según la RAE. Podríamos añadir que tales cofrades llevan un cucurucho a modo de
gorro, con una prolongación que les cubre el rostro. La forma del gorro se
asocia a la nariz.
[2]
DRAE; m. Entre los hebreos, doctor e intérprete de la ley.
[3]
Alambique.
[4]
Personaje bíblico. Elegido sumo sacerdote desde el año 6 hasta el 15 d. C.
[5]
El origen judío de Góngora, de
Enrique Soria. Ed/ Hannover.
[6]
Personaje bíblico. Elegido sumo sacerdote desde el año 6 hasta el 15 d C.
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