viernes, 18 de diciembre de 2015

¡Fue sueño ayer; mañana será tierra!





¡Fue sueño ayer; mañana será tierra!
¡Poco antes, nada; y poco después, humo!
¡Y destino ambiciones, y presumo
apenas punto al cerco que me cierra!


Breve combate de importuna guerra,
en mi defensa soy peligro sumo;
y mientras con mis armas me consumo,
menos me hospeda el cuerpo, que me entierra.


Ya no es ayer; mañana no ha llegado;
hoy pasa, y es, y fue, con movimiento
que a la muerte me lleva despeñado.


Azadas son la hora y el momento,
que, a jornal de mi pena y mi cuidado,
cavan en mi vivir mi monumento





Introducción

El presente soneto pertenece a Francisco de Quevedo (Madrid, 14 de septiembre de 1580-Villanueva de los Infantes, Ciudad Real, 1645), poeta barroco, militante en las filas conceptistas. Su obra poética suele dividirse en tres grupos, poemas amorosos, filosóficos y satírico-burlescos. Este soneto pertenece al  segundo grupo.
Los primeros versos que se publican de Quevedo aparecen en 1605. Se tratará de una antología, Primera parte de las flores de poetas ilustres de España. Como en tantos casos, la mayor parte de sus composiciones se publicarán póstumamente: El Parnaso español (1648) y Las Tres Musas Últimas Castellanas (1670)

Tema
El soneto se centra en el tópico conocido como cotidie morimur, cuya traducción podría ser el morir cotidiano. La idea que se presenta gira en torno al concepto de que nacer es empezar a morir, que la vida es un caminar inexorable hacia la muerte. Este tópico está vinculado con la idea de tempus fugit, aunque la diferencia radique en que aporta un punto considerable de amargura sobre lo efímero de la vida.

Estructura externa

Como todos los sonetos, este también coincide en la estructura: versos endecasílabos de rima consonante, con la estructura ABBA, ABBA para los cuartetos y, en esta composición, CDC, DCD, para los tercetos.


Estructura interna

A pesar de que en ocasiones este poema ha sido dividido en dos partes, una para los cuartetos y otra para los tercetos, indicando que en las dos primeras estrofas el poeta está vivo y en los tercetos nos habla el alma del autor, creo necesario discrepar rotundamente. En ningún momento nos habla el alma del poeta, sino que siempre escuchamos la voz del autor desde la angustia de saber que la vida es un camino veloz hacia la muerte. El poema mantiene la unidad temática en todos sus versos, y nos prepara, algo común en Quevedo, para el cambio que se produce en el último terceto, donde busca reconducir todo lo anterior y llevarlo a la conclusión. Así, los once primeros versos nos hablan del cotidie morimur, con el trágico movimiento hacia la tumba, y en los tres finales, con una tremenda imagen plástica, se gana la intensidad propia de una conclusión que materializa, con una escena cercana, las sensaciones de los anteriores versos, y que se recoge en el término «monumento», equivalente a sepultura.
            Importante es destacar, desde el punto de vista de la estructura interna, la relación que se establece entre el primer cuarteto y el primer terceto, así como entre el segundo cuarteto y el segundo terceto. En las estrofas impares destaca la alusión al tiempo, y en las pares, la presencia de plasticidad y dinamismo.

Análisis
La primera estrofa la constituyen tres exclamaciones retóricas que nos aportan la intensidad propia de quien se ve impotente ante la macabra realidad inexorable de la muerte. El primer verso aporta la triple antítesis esencial de los once primeros versos: «¡Fue sueño ayer; mañana será tierra!». El conceptismo del poeta, la capacidad de comprimir en ese verso aspectos tan esenciales, nos exige dedicarle algunas líneas. Por un lado, el juego verbal entre «Fue» y «será». Un tiempo verbal en pasado y un tiempo en futuro unidos en su oposición, pues las diferencias temporales desaparecen desde la angustia que muestra el poeta. Todo es tan breve y tan veloz que el pasado y el futuro se unifican. En el mismo verso observamos la presencia de la oposición entre «sueño», que adquiere el valor de proyecto, de lo venidero, y de «tierra», término equivalente a muerte. Los dos términos, obviamente, aportan el valor de la sinécdoque. A la vez, el mismo verso reúne los vocablos «ayer» y «mañana», con lo cual se presenta la tercera antítesis. Sin embargo, no acaban todas las posibilidades versales, además, esa estructura bimembre constituye de por sí un quiasmo, cuya estructura en equis la observamos al relacionar «mañana» con «ayer» y «sueño» y su opuesto «tierra».
En el segundo verso, también de estructura bimembre, nos topamos de nuevo con otra antítesis: «Poco antes» y «poco después». Desde el comienzo del poema, queda patente la confusión o identificación, por parte del poeta, de las nociones temporales. El ayer y el mañana, pasando por el presente, se aúnan conceptualmente en la idea de brevedad temporal; es más, el concepto temporal parece dejar de existir, es, en definitiva, solo un descenso hacia la muerte. La palabra que recoge lo inconsistente que resulta la vida sería «humo». En ella, tanto podemos entender un valor hiperbólico, como ver una sinécdoque o, incluso, metafórico, pues se presenta como sinónimo de nada, sin que haya un paso desde la «nada» hasta el «humo».
Los versos 3 y 4 corroboran lo anterior, acentuando con el polisíndeton, que empezaba ya en el segundo verso, la intensidad y la angustia que nos muestra el poeta. Además, se refuerza lo apuntado, en el uso metafórico del término «cerco», que se utiliza en el sentido de la palabra muerte. De cualquier modo, el cuarto verso («apenas punto al cerco que me cierra»), se podría entender en el sentido (recogido por la RAE) de fin a que se dirigen las acciones de quien intenta algo. Por lo tanto, trasladado a una forma menos poética, nos diría que el autor se dirige a la muerte que le cierra el paso.
            Entrados ya en el segundo cuarteto, debemos decir que se mantiene la idea de la muerte como destino ineludible para el poeta y, por consiguiente, para todo ser humano. En estos versos el autor se ha servido del campo semántico bélico. Leemos: «combate»,  «guerra», «defensa» y «armas». En este contexto, el autor será su propio enemigo. Dice: «en mi defensa soy peligro sumo», lo cual resulta un oxímoron. Tal recurso es empleado para acentuar el sentido que domina en todo el soneto, que no es otro que la idea de proximidad de la muerte, de fatalidad irreversible.
Resultado de imagen de espejo surrealista
            En el quinto verso destaca la presencia de dos adjetivos: «breve» (combate) e «importuna» (guerra). Son parte de dos metáforas que nos indican, por un lado («breve» combate), la alusión a la fugacidad y a la crueldad de la vida, y por otro («importuna» guerra), al sinsentido de esta, pues, como ya se ha dicho, la vida abocada a su destino adquiere tales significados metafóricos.
            El segundo cuarteto se cierra con una hipérbole que refuerza el tema del soneto. Leemos: «el cuerpo, que me entierra». La hipérbole alcanza pleno sentido, pues si desde que nacemos caminamos hacia la muerte, y si vivir es también ir muriendo, nuestra parte muerta queda enterrada en el cuerpo en vida, adelantándose al acontecimiento definitivo.
            El primer terceto retoma los conceptos que encontrábamos en el primer cuarteto. Volvemos a leer las referencias al pasado y al futuro, entendidas en la confusión temporal que iguala a ambas significaciones. Sí podemos decir que en este terceto se añaden las referencias temporales también para el presente, tiempo que el poeta incluye en la vorágine arrolladora del tránsito de los días. Así, de la misma manera que en el primer cuarteto, también aquí podemos hablar de antítesis. Aquí son dos, y ambas de carácter temporal. Dice Fco de Quevedo: «Ya no es ayer; mañana no ha llegado», con lo cual nos presenta dos oposiciones, una de carácter adverbial: «ayer» / «mañana», y la otra de carácter verbal: «Ya no es» / «no ha llegado». Siguiendo en esa tendencia, debemos apuntar que en el verso: «hoy pasa, y es, y fue, con movimiento», nos reencontramos con el juego habitual donde se eliminan las diferencias temporales de los verbos, es decir, se igualan en significado. Sin dejar de mencionar por nuestra parte la creación de un nuevo quiasmo (9 y 10), el poeta incide en la idea del morir cotidiano.
            Una vez más nos encontramos, al final de la estrofa, con una hipérbole: «que a la muerte me lleva despeñado», que utiliza el autor para reincidir otra vez en la imposibilidad de luchar contra ese enemigo. Valga decir que dentro del recurso apuntado, observamos la presencia de la personificación del sujeto de la acción, que es, «hoy».
            En el segundo terceto llama la atención la acumulación matafórica que emplea el poeta. Se abre con la rotundidad figurada que identifica a «hora» y «momento» con «azada». En estos versos comprobamos la presencia de otra metáfora, «jornal», que a la vez refuerza la idea de la personificación que aparecerá más adelante. En el último verso, nos encontramos con otra metáfora esencial, «monumento», cuyo equivalente, en el plano real, es tumba, idea que queda reforzada con la aliteración de la /m/, que en el segundo terceto aparece en ocho ocasiones, y que pretende aproximarnos, a través del fonema, la presencia de la muerte. Todos estos recursos aceleran el final del poema, que no será otro que el esperado, pero habiendo ganado intensidad respecto a lo anunciado desde el inicio.
También observamos, por el uso del verbo «cavar», que tanto «hora» como «momento» son palabras que quedan personificadas en la función de sujeto, con lo cual se crea una plasticidad que nos conduce a la visión de quien cava en la tierra para después ser enterrado en ella. Es decir, los conceptos anteriores pasan de lo inmaterial a lo real de la imagen plástica.


Conclusión

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El poema, de carácter filosófico, incide en la idea del cotidie morimur. A través de una serie de elementos opuestos, así como de hipérboles y metáforas fundamentales, junto a la personificación, Francisco de Quevedo nos muestra la angustia de conocer que el final es la muerte, pero, además, se añade el dolor de saber que ya se ha empezado a morir desde el nacimiento. Hasta el verso once asistimos a una sucesión de sensaciones que, al finalizar el soneto, se elevan a la categoría de lo real; por consiguiente, la estructura del poema, podemos afirmar, sigue un orden ascendente.

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