No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada . En mis manos levanto una tormenta
(En Orihuela, su pueblo y el mío, se de piedras, rayos y hachas estridente
me ha muerto como del rayo Ramón Sijé, sedienta de catástrofe y hambrienta
con quien tanto quería.)
me ha muerto como del rayo Ramón Sijé, sedienta de catástrofe y hambrienta
con quien tanto quería.)
Quiero escarbar la tierra con los dientes, Yo quiero ser llorando el hortelano quiero apartar la tierra parte de la tierra que ocupas y estercolas, a parte a dentelladas secas y calientes. compañero del alma, tan temprano.
Quiero minar la tierra hasta encontrarte
Alimentando lluvias, caracolas y besarte la noble calavera
Quiero minar la tierra hasta encontrarte
Alimentando lluvias, caracolas y besarte la noble calavera
y órganos mi dolor sin instrumento, y desamordazarte y regresarte a las desalentadas amapolas
Volverás a mi huerto y a mi higuera:
daré tu corazón por alimento. por los altos andamios de mis flores
daré tu corazón por alimento. por los altos andamios de mis flores
Tanto dolor se agrupa en mi costado, pajareará tu alma colmenera
que por doler me duele hasta el aliento.
de angelicales ceras y labores.
Un manotazo duro, un golpe helado, Volverás al arrullo de las rejas
un hachazo invisible y homicida, de los enamorados labradores.un empujón brutal te ha derribado.
Alegrarás la sombra de mis cejas,
No hay extensión más grande que mi herida, y tu sangre se irá a cada lado lloro mi desventura y sus conjuntos disputando tu novia y las abejas.
y siento más tu muerte que mi vida
Tu corazón, ya terciopelo ajado, Ando sobre rastrojos de difuntos, llama a un campo de almendras espumosas y sin calor de nadie y sin consuelo mi avariciosa voz de enamorado
voy de mi corazón a mis asuntos. A las aladas almas de las rosas
Temprano levantó la muerte el vuelo, del almendro de nata te requiero, temprano madrugó la madrugada, que tenemos que hablar de muchas cosas,
temprano estás rodando por el suelo. compañero del alma, compañero.Introducción
El motivo de esta
composición fue la muerte de José Ramón Marín Gutiérrez, poeta amigo de Miguel
Hernández, quien firmaba su obra literaria como Ramón Sijé. El fallecimiento sucedió el 24 de
diciembre de 1935, aunque para el poema, la fecha es la del 10 de enero de
1936. Tal vez sea esta la elegía más conocida de toda la literatura en español.
Como es bien sabido, toda elegía es una muestra de dolor por la pérdida de un
ser querido, al tiempo que un intento de mantener viva la presencia de este, recordando
los valores que nos ha dejado. La tradición nos ha dado ejemplos en los que
convive el dolor con la resignación; es decir, la aceptación de que somos
mortales y que por ello el tránsito es inevitable. Pudiera ser que la obra que
mejor recoja esta convivencia entre el dolor y la resignación sea la que en el
siglo XV compuso Jorge Manrique, dedicada a la muerte de su padre. Algunos
siglos después, Miguel Hernández, a la muerte de su amigo José Ramón, escribe
su elegía sin contenciones y sin resignación. La muerte del amigo aparece en el
poema como una injusticia y, como tal, al dolor se le ha de sumar el arrebato
contra la misma muerte. He aquí una particularidad que va más allá del modo
clásico de las elegías.
El
poema pertenece al libro El rayo que no
cesa (enero de 1936). Debido a la muerte fulminante del amigo de Miguel, el poema se compuso con gran rapidez para ser incorporando al
poemario, que ya se encontraba en la imprenta de Manuel Altolaguirre,
constituyendo así el penúltimo poema del libro.
Tema
Como es propio de
toda elegía, el tema es la expresión del dolor por la pérdida de un ser
querido.
Estructura
externa
Se trata de una
sucesión de tercetos encadenados; es decir, una serie de estrofas de tres
versos endecasílabos, de rima consonante, encadenados por la rima. La cadencia
sería: A, B, A; B, C, B; C, D, C… Como
es prescriptivo, en este tipo de composición, la rima del segundo verso de cada
estrofa reaparece encadenada en el primero y el tercero de la siguiente. Para evitar que en la última estrofa quede el
segundo verso sin correspondencia en la rima, la última estrofa será un
serventesio.
Aunque en un poema
de estas características se pueden argumentar diferentes divisiones internas,
mi punto de vista, tal vez en un afán simplificador, me lleva a estructurarlo en tres partes. La
primera, no exenta de poderse separar en diferentes subapartados, abarcaría las
seis primeras estrofas. Se muestra, sin gradación, el intenso dolor del poeta provocado
por la muerte de su amigo, Ramón Sijé. Encontramos un particular recorrido, es
decir, la congoja sigue un movimiento, en esos dieciocho versos, que va desde
el propósito del autor, aceptando que su amigo, en un sentido orgánico, pasa a
formar parte del ciclo de la naturaleza:
«Yo
quiero ser…», «daré tu corazón…»,
que al llegar a los versos ocho
y nueve se intensifica el dolor del yo poético:
«Tanto dolor se agrupa en mi
costado,
que por doler me duele hasta el
aliento»,
pero que en los versos del diez
al doce, se desvía el poeta, momentáneamente, del anterior propósito, para presentarnos a la
muerte como asesina.
«Un
manotazo duro (…) te ha derribado».
Sin embargo, en los versos
siguientes (13-18), retoma la intención de centrarse en el mismo yo poético,
apartando del foco de atención al amigo que ha fallecido:
«No hay
extensión más grande que mi herida,
Voy de mi corazón a mis asuntos».
De cualquier modo,
las idas y venidas del poeta en esos primeros dieciocho versos mantienen el
denominador común de expresar el intenso dolor al que nos hemos referido. No
consideramos que los diferentes movimientos en el recorrido de las seis
primeras estrofas dejen de ser una unidad con una particular configuración de
elementos que se toman, se dejan y, una vez más, se retoman.
La segunda parte del
poema comprendería desde el verso 19 hasta el 33. Aquí hablaríamos de rebeldía,
caracterizándose por el aumento de la intensidad de la voz lírica.
Para la tercera y
última parte del poema, en un tono más relajado que el de la parte anterior, el
poeta, a lo largo de las últimas cinco estrofas, proyecta un futuro panteísta,
en el que emplazará al difunto.
Análisis
Llaman la atención
las palabras entre paréntesis que preceden a los versos. De ellas destacamos: «se me ha muerto». Las palabras del
autor anticipan el dolor que se mostrará a continuación. Ese «se me ha muerto» indica que una parte
de Miguel se ha perdido, tal como si también hubiese muerto con el amigo. Nos
habla de proximidad y de lo irremediable, con el consiguiente sufrimiento. También leemos: con quien tanto quería. Sin que se aclare
qué era lo que ambos querían, se abre a las interpretaciones de un futuro
proyectado, supuestamente, ilusionante.
Entrados en los
versos, destaca la presencia del poeta en la palabra «Yo» para abrir el poema;
no obstante, la implicación y el dolor de Miguel inciden a lo largo de todos
los versos, pero esa primera persona inicial marca la implicación del poeta a
lo largo de toda la composición. Sabemos que el uso del pronombre no es necesario, pero con él, parece que se intensifica la presencia del poeta. Decíamos que los siete primeros versos nos
hablan de la participación de Ramón en el ciclo de la naturaleza, para ello el
poeta se servirá de diferentes recursos, como puede ser la hipérbole del primer
verso:
«Yo quiero ser
llorando el hortelano».
En este ciclo de la naturaleza entendemos que el cuerpo del difunto pasa a descomponerse en la tierra y así a formar parte de ella y poder nutrir la vegetación de su alrededor. En el verso anotado, el poeta pretende regar con sus lágrimas la tumba y así alimentar el ciclo, en este propósito es donde encontramos la hipérbole. Llama la atención el uso del verbo «estercolas». En principio, podríamos decir que la asociación del estiércol y el dolor por la muerte de un ser querido es insólito, pero no deja de poderse aceptar una vez entrados en la dinámica de la descomposición natural del cuerpo del difunto. En el tercer verso de esa misma estrofa, digamos que se cuela un vocativo: «compañero del alma», que denota la emoción en un suceso y en un tipo de composición como los conocidos. El susodicho ciclo de la vida continúa en el segundo terceto y llega hasta el verso siete en una proyección hacia el futuro. El campo semántico compuesto anteriormente por «llorando» se acrecienta ahora con el término «lluvias», ambas formas de regar el cuerpo en proceso de fusión con la naturaleza. En el afán por manifestar la emoción, en esta estrofa se puede llegar a pensar en cierta agresión lingüística, que se justificaría en el uso de dos hipérbatos. Leemos:
En este ciclo de la naturaleza entendemos que el cuerpo del difunto pasa a descomponerse en la tierra y así a formar parte de ella y poder nutrir la vegetación de su alrededor. En el verso anotado, el poeta pretende regar con sus lágrimas la tumba y así alimentar el ciclo, en este propósito es donde encontramos la hipérbole. Llama la atención el uso del verbo «estercolas». En principio, podríamos decir que la asociación del estiércol y el dolor por la muerte de un ser querido es insólito, pero no deja de poderse aceptar una vez entrados en la dinámica de la descomposición natural del cuerpo del difunto. En el tercer verso de esa misma estrofa, digamos que se cuela un vocativo: «compañero del alma», que denota la emoción en un suceso y en un tipo de composición como los conocidos. El susodicho ciclo de la vida continúa en el segundo terceto y llega hasta el verso siete en una proyección hacia el futuro. El campo semántico compuesto anteriormente por «llorando» se acrecienta ahora con el término «lluvias», ambas formas de regar el cuerpo en proceso de fusión con la naturaleza. En el afán por manifestar la emoción, en esta estrofa se puede llegar a pensar en cierta agresión lingüística, que se justificaría en el uso de dos hipérbatos. Leemos:
Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento,
a las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento.
El primero aparece en los versos quinto y sexto.
Entendemos que «mi dolor sin instrumento» es el sujeto, en una estructura
profunda, del gerundio «Alimentando». El segundo, lo conformarían los dos
versos siguientes. Esa misma desazón lleva al autor a la creación de una nueva
hipérbole que le permita expresarse de forma rayana a lo irracional:
«Tanto
dolor se agrupa en mi costado,
que
por doler me duele hasta el aliento».
La
cuarta estrofa constituye una imagen, a través de la enumeración de diferentes
metáforas («manotazo», «golpe», «hachazo», «empujón», «te ha derribado»), que
buscan la plasticidad del momento en el que muere el amigo, como si se tratase
de un asesinato a traición. La imagen consigue recrear en la mente del lector momentos
de gran plasticidad dramática.
De
la estrofa quinta destacaríamos el hecho de que se crea con dos hipérboles: la
primera en el primer verso: «No hay extensión más grande que mi herida», y la
segunda en el tercero: «y siento más tu muerte que mi vida». Ambas, como ya
sucediera anteriormente, nos hablan de caos, de desequilibrio; en definitiva,
de una tragedia para el autor. La hipérbole es una búsqueda fuera de lo
racional, porque la razón, en ocasiones, resulta insuficiente.
La sexta estrofa constituye una imagen que nos aproxima al poeta en la desesperación propia de quien sufre el suceso.
Es la estrofa séptima una de las más ricas y sugerentes del poema. En ella aparecen nuevos recursos poéticos, como la cadencia precisa en la que se instalará la voz del poeta, a través de la anáfora, que acoge la intensidad lírica que ha generado la pérdida de Ramón. Los versos de esta estrofa se acercan a un imperfecto paralelismo que acentuará la misma intención rítmica que encontrábamos en la anáfora. Además, se crean en los dos primeros versos sendas personificaciones, pues la muerte levanta el vuelo y madruga la madrugada: plasticidad que, como ya habíamos anotado, se muestra a lo largo del poema. Añadamos que esta última personificación aporta musicalidad a través del políptoton: «madrugó la madrugada».
Comparte mucho con esta estrofa, la octava: la anáfora, un marcado paralelismo y algo más. Si en la anterior se combinaba como sujeto a la muerte, a la madrugada y al difunto, en la octava, el sujeto es el poeta. Llegados aquí, no olvidemos añadir que, a lo largo de las dos estrofas (7 y 8), más la novena, la décima y la undécima, la aliteración aporta una cadencia tremenda a través de la /r/, más la /s/ en las estrofas nueve y diez. Es más, con este recurso se prepara la actitud rebelde que se revela en el poeta a través de las estrofas novena, décima y undécima. Dicha aliteración incide como un redoble de tambor a lo largo de los versos sucesivos, henchidos de enfrentamiento y venganza por parte del poeta. Diríamos que el poema ha ganado vigor en estos fragmentos. Entendemos que aquí la composición rola para alejarse de la tradición elegíaca; se trata de la insurrección de un mortal, convertida en uno de los elementos diferenciadores y excepcionales del poema. Se suma la personificación que reduce a la muerte a la dimensión de un ser humano y, como tal, el poeta materializa al enemigo para poder vengarse en él: se dice «muerte enamorada». Aquí, la muerte ha dejado de ser algo intangible y, por consiguiente, vulnerable como el ser humano. Una vez que el poeta ha declarado la guerra, su intención combativa lo abarca todo:
La sexta estrofa constituye una imagen que nos aproxima al poeta en la desesperación propia de quien sufre el suceso.
Es la estrofa séptima una de las más ricas y sugerentes del poema. En ella aparecen nuevos recursos poéticos, como la cadencia precisa en la que se instalará la voz del poeta, a través de la anáfora, que acoge la intensidad lírica que ha generado la pérdida de Ramón. Los versos de esta estrofa se acercan a un imperfecto paralelismo que acentuará la misma intención rítmica que encontrábamos en la anáfora. Además, se crean en los dos primeros versos sendas personificaciones, pues la muerte levanta el vuelo y madruga la madrugada: plasticidad que, como ya habíamos anotado, se muestra a lo largo del poema. Añadamos que esta última personificación aporta musicalidad a través del políptoton: «madrugó la madrugada».
Comparte mucho con esta estrofa, la octava: la anáfora, un marcado paralelismo y algo más. Si en la anterior se combinaba como sujeto a la muerte, a la madrugada y al difunto, en la octava, el sujeto es el poeta. Llegados aquí, no olvidemos añadir que, a lo largo de las dos estrofas (7 y 8), más la novena, la décima y la undécima, la aliteración aporta una cadencia tremenda a través de la /r/, más la /s/ en las estrofas nueve y diez. Es más, con este recurso se prepara la actitud rebelde que se revela en el poeta a través de las estrofas novena, décima y undécima. Dicha aliteración incide como un redoble de tambor a lo largo de los versos sucesivos, henchidos de enfrentamiento y venganza por parte del poeta. Diríamos que el poema ha ganado vigor en estos fragmentos. Entendemos que aquí la composición rola para alejarse de la tradición elegíaca; se trata de la insurrección de un mortal, convertida en uno de los elementos diferenciadores y excepcionales del poema. Se suma la personificación que reduce a la muerte a la dimensión de un ser humano y, como tal, el poeta materializa al enemigo para poder vengarse en él: se dice «muerte enamorada». Aquí, la muerte ha dejado de ser algo intangible y, por consiguiente, vulnerable como el ser humano. Una vez que el poeta ha declarado la guerra, su intención combativa lo abarca todo:
«no
perdono a la vida desatenta,
no
perdono a la tierra ni a la nada».
Si
la muerte es un ser humano accesible a otro ser humano, el retorno a la vida se
puede reducir a una búsqueda y a un regreso. Dice Miguel Hernández:
«Quiero
minar la tierra hasta encontrarte
y
besarte la noble calavera
y
desamordazarte y regresarte».
Dice el poeta
«desamordazarte», porque la muerte, personificada, puede amordazar. La imagen
aporta, de nuevo, gran plasticidad, tal como la que mostraría un prisionero
retenido por su enemigo. En el verso, Miguel proyecta liberar al amigo y, a
través de cierta agresión lingüística, «regresarte», devolverlo a la vida.
De estas imágenes pasamos a la última parte del poema, con otras imágenes no menos conseguidas. Nos encontraremos con la mirada proyectada hacia el futuro, impulsadas por las formas verbales, como: «Volverás, pajareará, Alegrarás, se irá». Entendemos que la rebeldía queda sosegada, no resignada, debido a la prolongación presencial del amigo perdido. No se recupera lo que fue de Ramón, sino que se le espera de forma bien diferente, posibilidad a la que ya aludíamos arriba al referirnos al ciclo de la vida. Si Ramón, como materia orgánica que es, se transforma en el alimento de las plantas y de estas nacen las flores, se entiende que el poeta, dirigiéndose al amigo, diga: «pajareará tu alma colmenera (…)»; es decir, la putrefacción del cuerpo ha alimentado a la vegetación, esta florece y las abejas acuden en busca de sus pólenes, como también se hará presente la naturaleza acompañando a los amantes separados por las rejas de las ventanas; con lo cual, entre tanta tristeza, volverá la alegría sin estridencias que trae el curso vital.
De estas imágenes pasamos a la última parte del poema, con otras imágenes no menos conseguidas. Nos encontraremos con la mirada proyectada hacia el futuro, impulsadas por las formas verbales, como: «Volverás, pajareará, Alegrarás, se irá». Entendemos que la rebeldía queda sosegada, no resignada, debido a la prolongación presencial del amigo perdido. No se recupera lo que fue de Ramón, sino que se le espera de forma bien diferente, posibilidad a la que ya aludíamos arriba al referirnos al ciclo de la vida. Si Ramón, como materia orgánica que es, se transforma en el alimento de las plantas y de estas nacen las flores, se entiende que el poeta, dirigiéndose al amigo, diga: «pajareará tu alma colmenera (…)»; es decir, la putrefacción del cuerpo ha alimentado a la vegetación, esta florece y las abejas acuden en busca de sus pólenes, como también se hará presente la naturaleza acompañando a los amantes separados por las rejas de las ventanas; con lo cual, entre tanta tristeza, volverá la alegría sin estridencias que trae el curso vital.
Entre las estrofas
doce y trece se encadena una anáfora a través de la palabra «Volverás». La
duplicación también duplica la esperanza. Parece que el poeta ha comprendido
que no era preciso la materialización de la muerte para destruirla, que solo
había que detenerse para participar de lo establecido en la ley natural.
Estrofa exquisita, de
interpretación compleja, es sin duda la decimocuarta.
«Alegrarás la sombra de
mis cejas,
y tu sangre se irá a
cada lado
disputando tu novia y
las abejas».
La sangre, como
cualquier órgano en proceso de descomposición, también participará de la
renovación de la vida. La personificación de la sangre nos lleva a corroborar
lo ya dicho; o sea, a la transformación en sustancia vegetal convertida en
flor. Ramón, convertido en flor, será disputado tanto por las abejas como por
la novia de Ramón. Es el único consuelo para la novia del fallecido, el que
aporta la regeneración del curso de la vida.
Ya entrados en la
estrofa decimoquinta, asistimos a una confusión sintáctica:
«Tu
corazón, ya terciopelo ajado,
llama
a un campo de almendras espumosas
mi
avariciosa voz de enamorado».
Nos preguntamos cuál es el
sujeto de «llama», ¿«corazón» o «voz»? De cualquier modo, pensando que el poeta
podría pensar que ambos sustantivos pueden ser sujetos, pasamos a detenernos en
el segundo verso de dicha estrofa: «llama a un campo de almendras espumosas», obviamente, alimentadas por el corazón de Ramón. En el verso apreciamos una imagen que certifica
aspectos anotados, como que la floración del almendro revelará la nueva vida
del amigo.
Cerrando el comentario, entendemos que en el serventesio se concreta la futura
relación entre el amigo y el poeta. A través de la personificación de «las aladas
almas de las rosas» y de la forma verbal «te requiero», el poeta emplaza al
amigo para disfrutar de su amistad. El término inequívoco es «compañero», que se
duplica en el final de la elegía, en la doble presencia sin adjetivos, porque no los necesita. Palabra
fundamental que explica la relación entre ambos y que ya apareció en el verso
tercero.
Conclusión
El
poema, a través de diferentes recursos contundentes como la personificación y
la hipérbole, como también la metáfora y la cadencia propia de la anáfora y la
aliteración, muestra el recorrido emocional de un gran poeta a merced del dolor
por la muerte de un amigo. No se trata de una elegía al uso, en el que la
resignación impregna todo. Tampoco está presente la enumeración de todo lo que
deja el difunto. Si algo está presente en esta elegía es el gran dolor, el
enfrentamiento y la conclusión de que, si hay esperanza, esta se encuentra en
la armonía del ciclo de la vida; es decir, que la muerte terrible contra la que
se enfrenta el poeta en los versos centrales, no deja de ser vida, pero
diferente a la corporal. Parece que el poeta entiende que la necesidad le lleva
a aceptar la transformación del ser humano, que la recuperación de la vida tal
como pretende en gran parte del poema no será posible y que solo lo será reconociendo
que somos parte del ciclo de la vida.
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